Los viejos roqueros nunca mueren. Son infinitos porque algo sustancial les da luz para seguir existiendo per secula seculorum.
Lo anterior lo cree, lo ha dicho y lo demostró anoche un músico que ha “hecho de todo para estar en el escenario: rock, orquestas sinfónicas, baladas…”
Este exégeta musical llamado Miguel Ríos, mensajero de buenos logos acústicos, con la potencia de un joven roquero, hizo vibrar cuerdas, pero no de un instrumento sino las internas y de las más finas que puedan tener las miles de almas que en el Auditorio Nacional se reunieron para embriagarse con las rolas del roquero oriundo de Granada, España.
Este matusalémico chamaco de 80 años y voz, energía y luminosidad de uno de 20, hizo cantar al respetable cada uno de los éxitos presentados “a todo pulmón”.
Se podría decir que Ríos es grande desde que nació por el reflejo de su alma, que parece muy recorrida.
Su longevidad se puede medir por la sabiduría y congruencia que ha exhibido en décadas de generar audiencias con oídos despiertos.
Uberrimas semillas ha dejado en México que a caudales cosechó esta noche, cuando seguidores de su música y sus ideales, aprovecharon para corear su nombre en cada pieza.
Su música, ya del acervo común del rocanrol, fue recibida por incondicionales reconocedores de su pasión por el escenario y el rock “que para mí es una religión”, confesó en el foro citadino.
A todo pulmón, esa rola que da nombre a su gira, fue interpretada por las luces presentes; es decir, por esos espíritus con cuerpos que se volcaron con un música conmovedora como la del iniciador del rock español.
El del querido Miguel Ríos fue un concierto “celebración del final de mis ochenta años. En abril de 1988, en unos días, se cumplen 37 años de mi presentación en la Monumental Plaza de Toros México”.
Recreó sus mejores “canciones populares, que sólo sirven para externar sentimientos porque van directo al corazón”. Y sonó Directo al corazón. Antes se había escuchado Bienvenidos (“hijos del rocanrol”)
No estás sola sonó para recordar la lucha “contra la violencia machista”.
En una “España chunga, franquista donde me inicié, en mi ciudad, Granada, no estaba bien visto ser moderno”, dijo antes de cantar El río.
También se discutió con Reina de la noche, de ese emblemático disco Rock and Ríos.
Luego se escuchó Raquel es un burdel y Nueva Ola.
Un dinámico Ríos se hacía más vital cada vez que avanzaba el concierto, porque “ustedes me quitan años”, aseguró el cantante, que ofreció El blues de la soledad y El blues del autobús.
Yuxtapuso La frontera.
“Somos parte de la migración”. Y aprovecho el momento para recordar a un presidente que parece gusta de erigirse como un “hijo de p… con pelo naranja”, aseveró Ríos en alusión a Trump, “aunque ya no me dejen entrar (a EU)”.
Se escuchó Nos siguen pegando abajo, y todos la gritaron. Continúo con
Rocanrol bumerang, con la que recordó su primer empleo en su terruño, en una tienda de discos donde comenzó a “amar el rock”.
Tocó de igual forma El rock de una noche de verano y En la rampa de salida.
Y tras un encore vino con En la rampa de salida, nueva pieza.
Y no faltaron Santa Lucía, pieza que era “la mera mera de la noche, por lo que pagaron la entrada”, bromeó el intérprete, así como la prendida Sábado en la noche.
Se dio tiempo para comentar que “el neofascismo, el neocapitalismo” no puede vencer.
“Deberíamos estar protestando contra la guerra como la de Gaza, genocidio”, así que “tras cantar está canción pueda haber esperanza”.
La pieza Himno a la alegría cerró el show para convocar a que “los hombres volverán a ser hermanos…”