Seattle. En los años 90, Seattle, la ciudad más grande del estado de Washington, fue el epicentro del movimiento grunge, engalanado con sus bandas icónicas: Nirvana, Pearl Jam, Alice in Chains, Foo Fighters y Temple of de Dog, entre otras.

Sin embargo, el bullicio callejero de aquella época, con su escena musical diversa, aunque cruda y distorsionada, con canciones cuyas letras reflejaban angustia y desilusión, ya no existe.

Con la llegada de las grandes corporaciones de la industria tecnológica, los autos de lujo van y vienen por el centro de la metrópoli, mientras los peatones, que cada día son menos, evitan pasar por algunas calles y esquivan con indiferencia a decenas de personas tiradas por los rincones: son los llamados zombis del fentanilo.

Los pocos turistas que se aventuran a tratar de recorrer a pie el downtown se sorprenden ante la gran cantidad de adictos que además son homeless (gente sin hogar), cuya presencia se ha incrementado los recientes años en el corazón de la también llamada Ciudad Esmeralda por su abundante vegetación.

Pocos turistas

La vida de los habitantes de Seattle transcurre la mayor parte del tiempo dentro de los rascacielos y, para los visitantes, en los muy delimitados espacios turísticos; por ejemplo, en los alrededores de recintos como el Museo de la Cultura Pop, donde las rolas de Kurt Cobain parecen profecías: Esto está fuera de nuestro alcance y ha crecido / soy un asqueroso negativo / ¡Soy un canalla negativo y estoy drogado! (del tema Negative Creep).

Las tiendas departamentales tienen un guardia siempre alerta para impedir la entrada de los desarrapados, mientras en los establecimientos pequeños hay letreros que dicen: abierto, toque para que le abran la puerta. Así resisten los pequeños comercios, encerrados a piedra y lodo para evitar conflictos con los zombis que de vez en vez despiertan de su letargo y van por ahí y por allá en busca de comida o dinero para comprar más droga.

Hace un año, la enorme tienda Nike ubicada en la popular esquina de Sixth Avenue y Pike Street cerró sus puertas sin dar explicaciones (tras casi tres décadas de existencia), aunque los vecinos del barrio saben que fue por la creciente presencia de los adictos, que ahora tienen establecida su base de operaciones frente al Ross Dress for Less, un almacén de ropa al que ni de chiste van ahora los clientes porque deben sortear una docena de vagabundos que, además, se inyectan a la vista de todos.

Y es que en 2020 en Seattle se despenalizó el uso de drogas en la calle, por lo que casi todos los consumidores lo hacen sin temor, a plena luz, incluso frente a la puerta de un centro de apoyo contra las adicciones que por fuera luce abandonado, como varios locales de quienes han preferido mudarse de la zona.

De acuerdo con la oficina forense del condado de Kent, en 2022 hubo 589 muertes por sobredosis en esta ciudad, 72 por ciento más que en 2021, y la tendencia al alza continúa. De ese número, 310 eran personas sin hogar. Hasta el momento, también las autoridades se han dejado envolver por la apatía en torno al problema del que no se vislumbra solución, al menos hasta que pase la próxima elección presidencial, comentan los enterados.

Ni el emblemático y tumultuoso mercado Pike Place, uno de los más antiguos de Estados Unidos, se salva de las presencias incómodas. Junto a la entrada de un restaurante, un hombre sentado en el piso se prepara su dosis de opiáceos del día, mientras una joven pareja disfruta el paseo veraniego.

El ambiente y la seguridad mejoran en los suburbios, donde prefieren vivir quienes trabajan en las grandes empresas afincadas en la zona, como Amazon, Microsoft y la constructora de aviones Boeing. Hasta allá se llevan sus autos Tesla y su miedo (o indiferencia) frente a la pesadilla que detonó el tráfico de fentanilo, la cual ya se apoderó también de las calles de Nueva York y Chicago, y ni se imagina cómo está Beverly Hills, en California, lleno de adictos hasta en sus lugares más exclusivos, comenta un paisano que atiende un puesto de tacos de birria en las afueras de Seattle, en Renton, habitado en su mayoría por hispanos.

En tanto, los turistas van de rapidito al centro de Seattle y se concentran en subir a la emblemática torre Space Needle (legado de la Feria Mundial de 1962), sin importar las filas de hasta dos horas, o visitan el Museo de la Cultura Pop, cuyo mayor atractivo es su edificio futurista, diseñado por Frank Gehry, cubierto de paneles de acero coloreados y curvos, que recuerdan una guitarra.

Dentro, en el espacio dedicado a las bandas grunge (término que en el argot inglés significa mugre o basura), están los iconos de la generación del desencanto, con su actitud antiestablishment que hoy parece materializada en la desesperanza que reflejan los zombis que asedian las ciudades estadunidenses.

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