Ciudad de México. “El boxeo mexicano es memoria”, afirma el escritor James Ellroy en su libro Destino: La Morgue para aludir a esa prosapia de guerreros que dejan todo en un cuadrilátero movidos por el único combustible que conocen, el orgullo. Esa memoria tratan de revivirla cada que dos púgiles nacidos en esta tierra se enfrentan para resolver afrentas que van creciendo conforme se acerca la fecha de la pelea.

Saúl Canelo Álvarez, campeón indiscutido de los supermedianos, apela a esa herencia que se reavivará en Las Vegas ante el retador de Tijuana, Jaime Munguía, un joven que a los 27 años recibió la oferta más jugosa de su carrera al tener la oportunidad de pelear contra la máxima estrella del boxeo.

Esa rivalidad pareciera no existir. Ni Canelo ni Munguía parecen tener afrentas que cobrar ni honores que lavar. Sólo es un hombre de 33 años que ha administrado su carrera como una industria y un retador que pretende entrar a ese lobby. Ambos tratarán de demostrar que de aquí puede surgir una competencia real y, sobre todo, redituable, mientras el pelirrojo decide si enfrenta a David Benavidez, el mexicano con el que quisieran verlo pelear.

En el último cara a cara antes de la pelea, este viernes ambos realizaron el pesaje oficial por la mañana. Una novedad en este negocio es que la ceremonia de pesaje público ahora sólo tiene un objetivo simbólico y publicitario, pues ambos ya han cumplido con el requisito horas antes. Ambos peleadores estuvieron por debajo del límite de las 168 libras.

Cuando se miraron de frente, es notoria la ventaja de estatura que le lleva Munguía con su 1.83 centímetros, diez más que el pelirrojo que luce como si estuviera una cabeza más abajo respecto a la de su contrincante. Nada sorpresivo, por las divisiones en las que ha transitado, el tapatío siempre enfrenta a peleadores de talla más grande.

Otra vez, no hubo ataques ni desafíos entre los protagonistas. Se saludaron con mucho respeto y con la cortesía de un hombre maduro ante un joven que empieza a abrirse camino. Eso no impidió que Munguía dejara claro que tiene un recorrido y habilidades para estar ahí.

“Esta es una gran oportunidad que no pienso desaprovechar”, dijo Munguía en la ceremonia pública de pesaje ayer. “Mañana (hoy) voy a ser el nuevo campeón del mundo”.

Munguía trata de inspirar respeto, de ser tratado como un rival que puede poner en aprietos a la estrella e incluso dar una gran sorpresa.

“Tengo la confianza que viene de mi preparación, de mi equipo de trabajo, de mi familia y de toda la gente que viene a apoyarme. Mañana (hoy) ganará el boxeo mexicano, será un gran combate”, adelantó Munguía quien tendrá así su primer pago por evento en Estados Unidos, un paso decisivo para los peleadores de nuestro país cuando entran a la élite del pugilismo internacional.

Canelo se mueve como un hombre que tiene controlada toda la escena, como una estrella de cine, o mejor aún, como un gran director. Se mueve sonriente y con soltura, es el protagonista y lo sabe bien. Es el favorito para ganar esta contienda en la que estarán en juego sus cuatro cinturones de los principales organismos de boxeo.

“Me siento bastante bien”, dice sin borrar su sonrisa; “no me voy a enojar hoy, sólo les voy a enseñar quién soy y que estoy en mi mejor forma. Voy a hacer mi mejor combate y quiero que todos en México lo disfruten”.

Hablar de combates entre mexicanos trae al presente épicas batallas de Erik “Terrible” Morales contra Marco Antonio Barrera, tres pleitos de los que escribió el estadunidense James Ellroy en el citado libro; Rafael Márquez ante Israel Vázquez; Carlos Zárate frente a Alfonso Zamora y Rubén “Púas” Olivares en su trilogía con Chucho Castillo. Pura mitología en calzoncillos y guantes de cuero.

Para Canelo y Munguía existe un historial de boxeo digno y heroico que estará presente en la memoria de los aficionados. Vaya reto.

 

 

 

 

 

 

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