A mediados de noviembre, la atención mundial podría desplazarse de los conflictos en Ucrania y Medio Oriente a Brasil, donde se reunirán los líderes del G-20.

En el proceso de formulación del G-20, en 1999, no había una lista codificada de criterios para determinar qué países serían invitados a unirse al nuevo foro. Finalmente fueron 19 y un representante regional (la Unión Europea), que representan casi 90 por ciento de la economía mundial. El nombre G-20 fue adoptado sobre la base de que era un número redondo, fácil de decir y no difícil de memorizar.

La crisis de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos en 2007 se convirtió en una crisis financiera internacional en 2008. Los líderes del G-20 celebraron su primera cumbre en Washington DC a mediados de noviembre de 2008 para abordar la crisis y evitar el casi colapso de los sistemas financieros de varios países avanzados. A partir de entonces, la cumbre del G-20 se celebra casi todos los años en territorio de los diferentes miembros.

Como anfitrión de la presidencia rotatoria, Brasil ha establecido este lema como el tema central del G-20: Construir un mundo justo y un planeta sostenible. Para lograr este objetivo, también ha anunciado tres prioridades: (1) Lucha contra la desigualdad, promoción de la inclusión social y lucha contra el hambre; (2) Lucha contra el cambio climático, promoviendo la transición energética y el desarrollo sostenible, y 3) la reforma de las instituciones de gobernanza mundial.

Vale la pena decir que estos temas de discusión para el G-20 son todos pertinentes y necesarios. La pregunta es, ¿cómo lograr estos nobles objetivos?

El buen funcionamiento de una organización internacional requiere tres elementos: eficacia, eficiencia y legitimidad. Esto quiere decir que lo que la comunidad internacional desea ver no es sólo una declaración conjunta al final de la cumbre, sino acciones colectivas con los pies en la tierra. ¿Seguirá el G20 comportándose como una tertulia o será un equipo de acción?

Las cinco cuestiones siguientes podrían ser pertinentes:

En primer lugar, el G-20 debería mejorar su imagen. Si bien hizo un buen trabajo al hacer frente a la crisis financiera mundial de 2008 coordinando las políticas macroeconómicas de sus miembros de manera concertada, no ha logrado pasar del papel de bombero a un comité directivo para abordar cuestiones tan importantes como la aceleración del crecimiento mundial, el impulso de la gobernanza económica global, frenar el proteccionismo comercial, etcétera.

No es de extrañar que algunas personas se quejen de que la cumbre del G-20 es una pérdida de tiempo para los líderes mundiales, y sugieran que se reúnan y hablen por teléfono o video como lo hicieron varias veces durante la pandemia de covid-19, sin volar miles de millas a una sala de conferencias en el país de presidencia rotatoria y así contribuir a reducir la huella de carbono. Este tipo de críticas han ido demasiado lejos, pero el grupo realmente necesita demostrar que puede cumplir con las expectativas de la comunidad internacional.

En segundo lugar, el G-20 debe promover la cooperación entre sus miembros con el espíritu de unidos resistimos y divididos caemos. No es extraño que cada país tenga sus propios intereses e ideales nacionales, pero no deben ser la causa de acciones egoístas que potencialmente puedan perjudicar a una comunidad de futuro compartido para la humanidad. Una vez más, en muchos temas importantes, como el cambio climático, la reforma de las organizaciones financieras internacionales, etcétera, los países desarrollados a menudo no logran tomar las mismas acciones de cooperación. Por ejemplo, en la cumbre del G-20 celebrada en Roma en octubre de 2021 se acordó que los integrantes deben tomar medidas significativas y eficaces para limitar el aumento de la temperatura media mundial a 1.5 °C por encima de los niveles preindustriales, pero no hubo compromisos específicos para cumplir ese objetivo debido a la obstinada posición de los poderosos miembros del bloque. De hecho, el G-20 no se ha convertido en una plataforma para la consulta y la cooperación, sino en un escenario en el que los países desarrollados eligen encontrar fallas en los demás.

En tercer lugar, hay que determinar claramente las cuestiones más urgentes de la cooperación. De hecho, cada miembro del grupo tiene su propia prioridad de cooperación. Esta diferencia puede observarse tanto en los desarrollados como en los países en desarrollo, lo que da lugar a una amplia gama de cuestiones que deben abordarse en cada cumbre o en las reuniones ministeriales. La declaración conjunta publicada por cada cumbre del G-20 muestra claramente que el bloque desea convertirse en un dios que pueda lograr todos los objetivos, desde la protección de la paz mundial hasta el estímulo del crecimiento económico mundial, desde la reforma de la OMC hasta la mejora del sistema financiero internacional, pasando por la seguridad alimentaria y energética, así como la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible para 2030. No es fácil resolver todos los problemas globales. Por tanto, se debe establecer una prioridad de cooperación. Por el momento, y en el futuro cercano, se deben redoblar los esfuerzos para impulsar la gobernanza económica mundial.

En cuarto lugar, los países desarrollados deben dar un buen ejemplo de promoción del crecimiento mundial. Sin duda, la economía global se enfrenta a muchos obstáculos y el más pernicioso es el proteccionismo, que perjudica tanto a la inversión internacional como al comercio mundial.

Lamentablemente, los países desarrollados se han convertido en la vanguardia del proteccionismo, en lugar de ser los promotores de la justicia económica. El caso más conocido en la actualidad es la aplicación de las llamadas medidas antisubsidios contra los vehículos eléctricos (VE) fabricados en China, perjudicando a la industria mundial de autos eléctricos y también a los esfuerzos globales para hacer frente al cambio climático. Por tanto, se puede concluir que, aunque las declaraciones conjuntas anteriores emitidas por los líderes del G-20 apuntan a oponerse al proteccionismo, en realidad se ha intensificado, con los países en desarrollo como principales objetivos.

Por último, pero no menos importante, el grupo debería realizar la institucionalización lo antes posible. En términos generales, la cooperación entre países adoptaría dos formas, a saber, la no institucionalización y la institucionalización.

La no institucionalización se refiere a la cooperación sin una organización formal, sin un propósito y estatuto definidos, aunque se celebran reuniones en la cumbre con regularidad y se emiten declaraciones o comunicados conjuntos después de ellas. Sin un mecanismo establecido de institucionalización, el G-20 tiene que limitar su función a las discusiones o a la palabrería entre los líderes mediante la producción de documentos no vinculantes.

Al igual que una persona, el grupo podría no ser capaz de remodelar su hábito o personalidad, pero esperemos que a partir de la cumbre en Brasil este año, este bloque se comporte más como un equipo de acción que como una tertulia. De lo contrario, su imagen internacional se debilitará aún más.

*Investigador sénior del Instituto Charhar

[email protected]

Compartir
Exit mobile version