Cotacachi. Miles de indígenas ecuatorianos se acercaron este lunes a la población de Cotacachi bailando y zapateando con tanta fuerza que hacían vibrar la tierra y, con cánticos y alabanzas, celebraron el Inti Raymi o Fiesta del Sol, una fiesta indígena para celebrar el solsticio de verano agradecer por las cosechas.

La danza ancestral es parte de la fiesta en honor a la Pacha Mama —Madre Tierra— y a Inti — el Dios Sol— se celebra con abundante comida típica y chicha, una bebida hecha con fermento de maíz para aplacar la sed y multiplicar la energía.

Cotacachi, a 70 kilómetros al norte de Quito, es un pintoresco pueblo turístico, conocido por los artículos de cuero que hábiles artesanos elaboran y comercializan. Ubicada junto a un volcán del mismo nombre —que se eleva a casi 5 mil metros de altura— es una de las ciudades que concentra mayor población indígena que, cada año, celebra esta tradicional fiesta.

Ahora las autoridades impusieron horarios para el ingreso de cada comunidad a la plaza central de Cotacachi, con lo cual las peleas entre comunidades por el dominio de la plaza que se dieron en otros años, hoy prácticamente desaparecieron.

Freddy Mejía, gestor cultural de Cotacachi, dijo a The Associated Press que la toma de la plaza por parte de los indígenas es una especie de recuperación de poder porque allí se ubican la alcaldía, la iglesia y el Poder Judicial. “Los indígenas reclaman para sí las tierras que en un momento fueron suyas, por eso es tan importante la toma de la plaza para el mundo indígena”, agregó.

Explicó que la chicha es el vínculo “entre los hombres y el sol, es el fuego del sol que da energía a los hombres y permite recuperar la vitalidad”, mientras que el zapateo en círculos, parte de las danzas que realizan, representa “el espiral, es el nuevo ciclo, el tiempo recurrente”.

Una semana antes del día del Inti Raymi pequeños grupos de indígenas recorren internamente las comunidades para invitar y consolidar el grupo que estará el día principal del festejo, que además se constituirá en una demostración de fuerza y poder de cada pueblo.

Hacia la medianoche del día anterior a la celebración central —este año se hizo el 24 de junio—, los bailarines toman un baño ritual de purificación en vertientes de cada comunidad que significa la limpieza del cuerpo y el espíritu.

“Esta celebración viene como agradecimiento al Padre Sol por habernos dados nuestras cosechas, nuestros maíces, nuestro fréjoles, con eso hacemos nuestra comida”, declaró en medio de la fiesta Joselino Puérez, dirigente de la comunidad de Cumbasconde y recordó que también agradecen la madre tierra que les permite alimentarse todos los días.

El grupo de danzantes está integrado por el flautista, el pingullo, la armónica y los churos —conchas marinas— que marcan el ritmo del incesante zapateo.

Los bailarines entran en una especie de trance que les permite cantar y bailar entre 12 y 18 horas diarias, siempre tomando la chicha para reponer energía.

Elvis de la Torre, bailador de la comuna de San Martín, explicó a la AP que “esto es resistencia, fuerza indígena que lo hacemos todos los años, demostrar la fuerza que tenemos” y añadió que danza desde los cinco años.

“Esta fiesta es una forma de despertar a la tierra para el nuevo ciclo de cultivo”, agregó Mejía.

 

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