‘El jefe se fue muy enojado porque no colaboraste’, me dijeron cuando me sacaron de noche y vendado de la casa de seguridad que estaba fuera de la Ciudad de México. ‘Te echas a correr cuando abramos la puerta. Te vamos a dar la ley fuga. Si tienes suerte podrás escapar’.”

El economista Francisco Colmenares, capturado el 24 en enero de 1969 y autor del libro recién editado Rebeldía, Tlatelolco y cárcel en Lecumberri (Plaza y Valdés Editores), narró a La Jornada las consecuencias de su interrogatorio y tortura a cargo de Miguel Nazar Haro, quien más tarde encabezaría la temida Dirección Federal de Seguridad.

“Después de un rato de silencio me ordenaron: ‘Quítate la venda. Incorpórate’. A lo lejos vi la fachada principal de Lecumberri. Me emocionó. Me dije: ‘otra oportunidad de vida’, porque no me fui ahí como tampoco el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, cuando estuve entre los estudiantes de la Escuela Nacional de Economía. Tuve la suerte de correr, salir y de que no me tocara ninguna de las balas que dispararon desde muchos lugares.”

En esa cárcel compartió con Heberto Castillo, Marcué Pardiñas, Elí de Gortari, Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Adolfo Gilly, Óscar Fernández Bruno, Roberto Iriarte, Pablo Alvarado, Víctor Rico Galán, Ramón Danzós Palomino, Mario Rechy, Antonio Gershenson y Rolf Meiners, del movimiento médico.

Luego de haber pasado por los golpes y lo que sucedió en el momento en que me aprehendieron, lo cual narro en el libro, haber llegado a Lecumberri fue para mí una escuela de conocimiento, de enseñanzas de una multiplicidad impresionante, comentó Colmenares.

El también sindicalista destacó que es conveniente que los jóvenes conozcan que “fueron muchas emociones y experiencias las que vivimos durante el movimiento estudiantil de 1968. Al menos yo no imaginé un desenlace como el 2 de octubre. Tampoco lo que iba a suceder después de ese día.

El movimiento nos invitó a pelear por reivindicaciones que ya se habían vuelto tradicionales, como la de la libertad de los presos políticos, que venían desde 1958, 1965 y cada vez se iban más detenidos. En 1968 era ya un rosario de presos encarcelados en Lecumberri y en diferentes lugares del país. Se sentía impotencia y coraje de que frente a cada acto público pacífico que convocamos la respuesta siempre era la represión.

El economista Francisco Colmenares durante la entrevista con ‘La Jornada’ a propósito de su libro. Foto Roberto García Ortiz

Colmenares refirió que la noche del 26 de julio de 1968, que marcó el inicio de la revuelta estudiantil, “el grupo que participamos en la conmemoración de la revolución cubana se encontró con los estudiantes politécnicos que regresaban del Zócalo golpeados y heridos por los granaderos. Sentimos mucha indignación y solidaridad.

Ver que esa indignación creció y logró contagiar a miles y miles de estudiantes nos hizo sentir que estábamos frente a una oportunidad de lograr la libertad de los presos políticos. Esa solidaridad, ese entusiasmo, se multiplicó por el acto de dignidad que encabezó el ingeniero Javier Barros, rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

“El gobierno no daba alternativas“

En torno a la experiencia, muy dolorosa, del crimen que se cometió el 2 de octubre, Francisco Colmenares reconoció la responsabilidad de quienes habíamos invitado a compañeros, amigos y familiares que estuvieron entonces… Invité y no pude advertir lo que estaban fraguando, dijo con voz entrecortada.

No obstante todo eso y los miedos que nos invadieron, pudimos sobreponernos. Aunque el gobierno primero buscó aplastarnos, después humillarnos y luego ponernos en una condición de rendición, no pudo rendirnos. Muchos se fueron al exilio, se retiraron del movimiento, se quedaron en sus casas, pero hubo miles que no. Decidimos mantener el movimiento y buscar una salida que justamente dejara un testimonio de no rendición frente a las atrocidades del gobierno.

En esa lid estuvieron Raúl Álvarez Garín; María Fernanda Campa; Roberta Avendaño, Tita; Ana Ignacia Rodríguez, Nacha; Salvador Villegas; Heberto Castillo; José Revueltas; Fausto Trejo, y muchos más compañeros, que desde su posición volvieron para darle continuidad.

El economista sintetizó que lo que motiva su texto es compartir que la lucha del movimiento estudiantil fue una experiencia en la que se conjugaron sueños, derrotas, frustraciones, pérdidas, pero al mismo tiempo una voluntad profunda de seguir. El mensaje es que animó mucho esa entereza.

Concluyó: “siempre he sentido una inmensa satisfacción haberlo vivido. Estábamos convencidos, y todavía cuando nos despedíamos, en diciembre de 1968, nos recomendábamos: ‘cuídense’, porque no había alternativas que diera el gobierno. O nos rendimos o nos exiliamos o nos meten a la cárcel o nos matan, y la mayoría optó por continuar. Lo más importante es esa estela que dejó: la resistencia”.

Compartir