Chengdú. Un par de pandas juegan alrededor de lo que parece el castillo de Kukulkán, en Chichén-Itzá, México. Al lado, dos más se encuentran en Nueva York, con la Estatua de la Libertad de fondo, y otros cuatro se reúnen en el monte Fuji, cerca de Tokio. La historia de este mamífero –diplomático por excelencia y tesoro nacional de China– es reproducida en la pintura de una escuela de arte thangka, en las inmediaciones rurales.

En un edificio cuya colindancia más próxima son las montañas de una prefectura tibetana, la tira de arte budista destaca: Aba cuenta la historia del panda gigante al mundo. La narrativa no sólo exhibe la evolución del mamífero bicolor: su existencia de 8 millones de años que lo han convertido en fósil viviente, y su papel en la cultura popular, como los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, sino también como el poder suave de China, que acompaña la expansión económica y el creciente peso político del gigante asiático.

La diplomacia panda, política que data de mediados del siglo pasado, consiste en la estancia de estos animales como enviados de amistad a países con los que su país tiene un vínculo fuerte. Como muestra, la pintura mencionada los retrata lo mismo en París, que en Moscú, Nueva York, Tokio o la península de Yucatán, un poco lejos del Bosque de Chapultepec donde Xin Xin es la última panda latinoamericana.

A más de 400 kilómetros de distancia de esa escuela de arte tibetano está el reino de los pandas en cautiverio. Sobre la que no podía llamarse más que Calle Panda, está la Base de Investigación de Cría de Pandas Gigantes de Chengdú, el centro más importante de preservación, del cual han salido decenas de embajadores y al cual han vuelto luego de sus encomiendas en el exterior.

Actualmente, 240 ejemplares viven en ese centro. Es imposible ver una décima parte de éstos si se llega por la tarde, cuando la temperatura rebasa 22 grados centígrados, en un ambiente que incluso para los humanos es sofocante. La mayoría de cachorros duerme. Sus horas más activas son por la mañana, cuando reciben alimentos. Alguna madre estará jugando con una de sus crías, que da algunos pasos, alabados por los aaaw y ooow de turistas expectantes. No más.

La madre xiongmao –panda en chino, en una suerte de conjugación entre apariencia y comportamiento: xiong (oso) y mao (gato)– camina para volver a la posición de dormir. Las siguientes son horas de siesta.

Estos bambunívoros (más de 90 por ciento de su dieta es bambú en brote, hojas o tallo, dependiendo de la estación) son los campeones del ahorro de energía en el mundo animal, de acuerdo con material didáctico dispuesto en la base de investigación.

Si bien un panda puede comer hasta 38 kilogramos de la gramínea, ésta no aporta suficiente energía y nutrientes para moles que en edad adulta pueden pesar entre 80 y 120 kilogramos y medir entre 1.20 y 1.80 metros de longitud. Esto, sumado a una digestión acelerada, sólo deja la opción de comer más y moverse menos para ahorrar fuerzas.

En 1992, China aprobó el plan nacional de conservación del panda gigante, animal que hasta septiembre de 2016 estuvo en peligro de extinción. A partir de entonces, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza redujo la amenaza a especie vulnerable y su población ha ido creciendo tanto en cautiverio como de manera natural.

De acuerdo con el último censo, había mil 864 ejemplares salvajes repartidos en los bosques de bambú de seis zonas montañosas en las regiones de Gansu, Shaanxi y Sichuan, donde la altitud alcanza entre mil 500 y 3 mil 500 metros sobre el nivel del mar y el aire húmedo se encuentra por debajo de 20 grados todo el año. Otros 600 pandas están en cautiverio, más de una tercera parte en las 37 hectáreas que forman la base de investigación de Chengdú.

La conservación del mamífero y del hábitat endémico no sólo representan la preservación del tesoro nacional de China, sino del enviado de amistad por excelencia. En la misma base de investigación, junto a la información sobre sus características biológicas, se exhiben los retratos de ejemplares con mandatarios y figuras de potencias occidentales.

En un muro donde se describe al panda como símbolo de todo lo amable, posan Cherie Blair (esposa del ex primer ministro del Reino Unido Tony Blair); Brigitte Macron (cónyuge del presidente francés Emmanuel Macron); la reina Sofía de España, y Robert Zoellick, subsecretario de Estado en la administración de George W. Bush, de Estados Unidos.

También se encuentra la foto del actual primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, con un par de pequeños pandas en el zoológico de Toronto, así como del actual presidente chino, Xi Jinping y su esposa Peng Liyuan, al lado de la ex canciller alemana Angela Merkel, durante la inauguración de un pabellón dedicado a los embajadores en el zoológico de Berlín.

En China hay objetos alusivos a esos tesoros nacionales, tiendas temáticas e incluso un canal que transmite 24 horas al día su actividad (iPanda). Tal es su papel en las relaciones amistosas con otros países, que nunca se había hablado tanto de la diplomacia panda como a finales del año pasado, cuando los ejemplares que residían en zoológicos de Estados Unidos empezaron a ser retirados.

El punto muerto se diluyó cuando, en el Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico de San Francisco, el presidente Xi Jinping enfatizó que los pandas son enviados de amistad entre los pueblos chino y estadunidense, y este año un nueva pareja, Bao Li y Qing Bao, llegó a Washington, como parte de un acuerdo de cría e investigación de 10 años.

Estos convenios son los que priman en la actualidad, a diferencia de cuando los pandas eran regalos, como sucedió con los primeros diplomáticos Ling Ling y Hsing Hsing, que el gobierno de Mao Zedong regaló al estadunidense de Richard Nixon; o Pe Pe y Ying Ying, que por instrucción del mismo mandatario llegaron a México el 10 de septiembre de 1975.

A partir de 1984 los mamíferos comenzaron a ser prestados por plazos, por proyectos bilaterales de investigación científica para la conservación de la especie. Actualmente, ese lapso es de diez años e implica una cuota de un millón de dólares anuales. Las crías que nacen fuera de territorio natural deben ser devueltas, y los convenios sólo se hacen con países con los que China tiene buena relación diplomática.

En México, Xin Xin, hembra de 33 años que vive en el zoológico de Chapultepec y ha superado el promedio de vida de su especie –30 años–, es la única panda en el mundo que no pertenece a China. Esto se debe al liderazgo y éxito que México tuvo en la reproducción del mamífero fuera de territorio chino.

También es el último eslabón de la antigua diplomacia panda que llegó al país hace ya casi 50 años.

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