Las posibilidades creativas y de comunicación de universos, así como el compromiso con las comunidades indígenas, se hicieron patentes en el décimo Festival de Poesía Las Lenguas de América Carlos Montemayor, que se llevó a cabo en la sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.

El encuentro poético reunió durante casi tres horas a poetas en 10 lenguas que se hablan en este continente: siete originarias de América y tres provenientes de Europa, que se asentaron aquí hace siglos.

En esta ocasión se trató de un homenaje póstumo al etnólogo José del Val (1949-2023) y tuvo por eje el agua, como un elemento esencial en las culturas nacionales.

Con la lectura bilingüe de su obra participaron los poetas mexicanos Briceida Cuevas (maayat’aan), Nadia López García (tu’un savi), Enriqueta Lunez (bats’i k’op), Natalio Hernández (náhuatl), Juventino Gutiérrez (ayuuk) y Natalia Toledo (diidxazá). Desde Colombia asistió Fredy Chicangana (wiñay mallki). La conducción del encuentro estuvo a cargo de Toledo, acompañada por Mardonio Carballo (náhuatl).

Ante un público integrado en su mayoría por jóvenes universitarios, se ofreció también una muestra de idiomas provenientes del viejo continente: leyeron en español Sara Uribe, en francés Louise Warren y en portugués Mariana Lanelli.

El festival comenzó con la participación de la banda de música del Programa Universitario de Estudios de la Diversidad Cultural y la Interculturalidad de la Universidad Nacional Autónoma de México, con integrantes de pueblos originarios asentados en el país.

Mardonio Carballo definió la velada como una fiesta de la palabra, en un entorno en que muchas lenguas de América han sido avasalladas y hay las que siguen vivas desde la alegría.

Natalio Hernández abrió la jornada poética al reconocer que ésta evoca la memoria de tres grandes personajes que dejaron su legado para conocer nuestro origen, es decir, nuestra identidad como mexicanos: Miguel León Portilla, Carlos Montemayor (creador de este festival) y José del Val, fallecido el 30 de agosto del año pasado.

Agregó que en momentos amenazantes como los actuales estoy convencido de que la poesía puede ayudarnos a vivir en paz y en armonía con nosotros mismos y con nuestra Madre Tierra. Enseguida leyó tres poemas en náhuatl y en español: uno dedicado al sabio León Portilla, otro con el sueño como tema y un tercero acerca del canto universal: deja que fluya / el amor en nuestro andar cotidiano.

La intervención de Juventino Gutiérrez tuvo por característica la íntima enunciación familiar enfrentada a lo terrible, la reminiscencia de la infancia como un momento amoroso que desaparece y el relato de los seres malignos humanizados. Recitó: la poesía es este ruido poderoso / acaso escribir sea contemplar el pecho de mi perro.

Íntima, pura y humana

El momento ya era una fiesta en la que la voz de los autores abrió la puerta a la poesía, con su cauda de riqueza en historia, cosmogonía y enseñanza del conocimiento aprendido por generaciones; íntima, pura y humana. Un estadio en que las lenguas ya se permiten aceptar el misterio y comunicar universos, como en el caso de la brasileña Mariana Lanelli: Continuaremos la fiebre de otros. De lengua a lengua de fuego / Somos aquellos que se toman de la mano desde los siglos de los siglos. Somos los amantes.

Le siguió Enriqueta Lunez con sus poemas resonantes e imaginativos y sus oraciones firmes: ¡Que jamás el amor inasible de la juventud ahuyente la lluvia! o Los muertos beben agua del manantial de la memoria. Ya las hormigas, el agua, lo trascendente se asentaron poéticamente de forma sutil y poderosa. Se oyó la pregunta: ¿Qué debemos aprender de los insectos ahora que las lenguas del mundo penden de un hilo?

Lunez declamó convencida y tímida al tiempo mientras aseguró: Nadie reconocerá tu voz en mi boca. Conquistaré España y reclamaré justicia.

Tras Fredy Chicangana, Nadia López hizo hincapié en el desafío que para los pueblos originarios significa que muchos de los más valiosos recursos están en sus territorios. “La problemática del agua –dijo la poeta– es para que nos detengamos. La salud y el bienestar están ligados a la palabra, el canto y el agua: que este sea un festival en defensa del agua”.

Natalia Toledo ofreció poemas que hablaron de las secuelas de destrucción que dejó el sismo de septiembre de 2017 en Juchitán; uno dedicado a su padre, el artista y activista Francisco Toledo, y otros cuyo centro era el recuerdo de sus ancestras: Si la muerte me soñara, le pido que sueñe contigo, se refirió a su madre.

El cariño de sus lectores y lectoras fue evidente: Te amamos, Natalia, le gritaron poco antes de dirigirle una ovación. El festival cerró con la participación de la poeta y ensayista Sara Uribe y Briceida Cuevas, la primera escritora en recibir la Medalla Bellas Artes en la disciplina de Lenguas Indígenas.

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