Nueva York y Washington., Tal vez es el escenario perfecto para el candidato presidencial republicano Donald Trump, quien es acusado de ser un fascista por su contrincante demócrata, su ex jefe de gabinete y otros opositores: tiene programado un megaevento de campaña en la histórica Madison Square Garden, arena icónica de Nueva York, donde en 1939 se realizó el mayor mitin de simpatizantes nazis estadunidenses en la historia.

Cuando Kamala Harris declaró que Trump es un fascista en un foro de CNN el miércoles, fue la primera vez que su campaña empleó en público ese término, intentando marcar diferencias fundamentales con su contrincante a dos semanas de elecciones en las que, según encuestas, los dos candidatos están empatados. Pero no es nuevo que figuras públicas de alto perfil lo califican así.

De hecho, los primeros en hacerlo fueron conservadores tradicionales, cuando se lanzó como candidato en 2015 con un mensaje contra migrantes mexicanos y musulmanes. Varios críticos han continuado desde entonces con ese concepto sobre el magnate, el más reciente: su propio ex jefe de gabinete, el general de los Marines John Kelly, quien esta semana comentó que Trump cabe dentro de la definición de un fascista.

En entrevista con The New York Times, Kelly también reveló que en la Casa Blanca Trump una vez expresó que deseaba el tipo de generales que tuvo Hitler, y que el dirigente nazi había hecho algunas cosas buenas.

Pero tal vez lo más alarmante es que el propio ex mandatario –quien aseguró que las palabras de Harris contra él son prueba de que está perdiendo, y por mucho, y reviró afirmando que ella es una amenaza para el país– no oculta sus tendencias autoritarias y el uso de tácticas que analistas llaman fascistas.

El eje central de su mensaje antimigrante, incluyendo el uso de frases relacionadas con mensajes nazis, como que los indocumentados están envenenando la sangre de Estados Unidos, comentarios de que será dictador por un día, y recordando que la Suprema Corte le dio inmunidad y poder ejecutivo casi ilimitado, son algunos ejemplos.

Más aún, repite comentarios como que tal vez tendrá que emplear fuerzas militares contra el enemigo interno, que incluye a la izquierda radical demócrata como a la candidata Harris y el presidente Joe Biden, y sus constantes amenazas de que si llega a la Casa Blanca depurará el gobierno de funcionarios desleales y de inmediato procederá a despedir al fiscal especial Jack Smith, quien encabeza dos casos criminales federales en contra del ex mandatario.

Mientras tanto, sigue siendo el primer presidente en incitar un intento de golpe de Estado en la historia del país, algo que continúa hoy día al rehusar aceptar los resultados de los comicios anteriores y preparando el terreno para repetir ese rechazo si no le favorece el conteo en dos semanas. De hecho, casi la mitad de los candidatos republicanos al Congreso o altos puestos estatales han expresado públicamente que tienen dudas sobre la integridad de la contienda con el propósito de minar la confianza pública en el proceso comicial, reportó el diario The Washington Post.

Pero incluso con palabras mayores como fascista –y ésta podría ser la primera vez en la historia que un candidato presidencial de uno de los dos partidos políticos nacionales es calificado así por su contrincante o por sus ex colaboradores cercanos– ,Trump permanece empatado con Harris en los sondeos nacionales y en casi todos los cinco o siete estados claves que determinarán el resultado final.

La apuesta del equipo de campaña de la demócrata es que usar la palabra fascista podría orientar el voto de los pocos indecisos que aún existen a estas alturas, y también con el fin de enfatizar que la democracia estadunidense está en peligro si gana Trump. Pero es muy posible que gran parte del público no sabe qué significa ser fascista –la generación que vivió la Segunda Guerra Mundial, conocida también como la guerra contra el fascismo– ya casi no existe y el mito oficial de Estados Unidos como el triunfador sobre el fascismo se ha desvanecido, y existe sólo en películas.

Al mismo tiempo, la gran preocupación del electorado es la economía, los precios y el empleo –en parte la retórica antimigrante es efectiva cuando Trump y sus aliados culpan a los extranjeros de robarse los empleos y los beneficios económicos de este país.

El magnate ha logrado colocarse como defensor de los trabajadores y granjeros blancos, así como de algunos latinos y afroestadunidenses, que sienten que están perdiendo lo que tenían o lo que se les prometió. Y con ello ha logrado hasta ahora evadir lo que para cualquier otro político hubiera sido suicidio profesional, entre sus dos impeachments, ser convicto de 34 cargos relacionados con fraude empresarial, acusado criminalmente de decenas de delitos graves y convicto de cargos civiles por abuso sexual, entre otros. “Donald Trump ha desafiado la gravedad política. Ha sobrevivido lo no sobrevivible, normalizado lo anormal y arrasado las líneas rojas dibujadas por sus antecesores. Y podría ganar –otra vez”, comentó el analista Zacahary Basu, de Axios.

Algunos críticos han declarado que el megaevento programado por Trump en el Madison Square Garden para el domingo recuerda el evento pro nazi celebrado ahí hace 85 años, comparación denunciada por voceros del equipo de la campaña republicana.

En ese mitin de 1939, el escenario estaba decorado con una enorme imagen de George Washington con esvásticas a sus lados. Unos 20 mil asistieron al acto de solidaridad con Hitler en Alemania, y ofrecieron el saludo nazi al pasar la bandera con una esvástica. Daily News reportó en esa fecha: se desplegaron mil 700 policías antimotines alrededor de la sede. Afuera había lo que se calculó 80 mil manifestantes antinazis.

Aún no se sabe cuántos llegarán al gran evento (las entradas están agotadas). Tampoco se sabe si habrá, o cuántos, estarán afuera llamando a la resistencia contra quien sus opositores denominan fascista.

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