El recorrido de Claudia Sheinbaum rumbo al discurso con el que cerró su campaña por la Presidencia de la República comenzó hace 47 años, cuando ingresó al CCH y de inmediato apoyó todo aquello que le supiera a justicia social: el movimiento de rechazados, el CEU; incluso, durante su estancia académica en California, se dio el tiempo para protestar contra la visita a Estados Unidos del entonces presidente, Carlos Salinas de Gortari.

Tiene una trayectoria que no es del todo desconocida para quienes levantaron el puño la tarde de ayer apenas vieron aparecer a la ex senadora y actriz Jesusa Rodríguez en el templete, como maestra de ceremonias. Presentó a Clara Brugada, la candidata a jefa de Gobierno de la Ciudad de México por la misma coalición, quien dio un rápido recuento de lo que se propone hacer para consolidar el segundo piso de la Cuarta Transformación en el corazón del país, y enseguida presentó a Sheinbaum ante la ansiosa muchedumbre que volvió a estallar: ¡presidenta!, ¡presidenta!

No llego sola, llegamos todas, confirmó Sheinbaum casi al terminar su discurso de cierre de campaña y, de nuevo, la multitud interrumpió sus palabras con el grito: ¡presidenta!¡presidenta!

Fue un estallido intenso que sacudió el Zócalo capitalino.

¡Qué saquen la casta las mujeres!, añadió a todo pulmón uno de los numerosos caballeros que portaron y lucieron una colorida banda presidencial de cartón, con el rostro de Claudia, justo con la frase: llegamos todas.

Más bien se trató de un mantra que la tarde de este miércoles enchinó la piel a ellas y ellos porque ya es una realidad. Así lo cree esa multitud que agradeció a todos los dioses el viento fresco que cubrió de nubes el primer cuadro del Centro Histórico de la Ciudad de México, alejó sudores y alegró el olfato con el aroma de elotes asados.

Porque más que un mitin político ayer ocurrió una verbena, una fiesta de pueblo (eso sí, uno de los más grandes de este país y sus alrededores), con bandas de música llegadas de Atenco o Iztapalapa encabezando los contingentes.

Los más madrugadores, algunos de los cuales llegaron desde las 6 de la mañana, alcanzaron lugar cerquita del templete instalado frente a Palacio Nacional. Pero a las 3 de la tarde arribó la militancia más férrea, que se abrió paso de sur a norte como pudo porque no pudieron ingresar al Zócalo por Pino Suárez al estar tomada esa entrada por integrantes del plantón que mantiene la CNTE.

¿Ustedes son acarreados?, se le preguntó a quien encabezaba al grupo de las banderolas blancas con guinda, con el nombre de algún candidato a diputado o alcalde por Morena. Pues mire, aquí viene el que quiere, respondió tajante y siguió su marcha para intentar llegar siquiera al astabandera.

Lo bueno es que casi en cada esquina se colocaron pantallas y bocinas, así que muchos mejor se acomodaron frente a una para esperar el discurso de Sheinbaum, anunciado para las 4 de la tarde.

Fue fácil ubicar a las personas que no iban en los contingentes porque no portaban las camisetas y gorras oficiales, y también eran muchas, un chingo, dirían ellos mismos. Llegaron de diversos puntos de la ciudad o el país, y de inmediato establecieron la camaradería frente al puesto de tacos o en los restaurantes de los hoteles que alojaron a los llegados de Torreón, Veracruz, Morelia o Oaxaca.

Hubo familias con niños que se abrían paso con sus carriolas, hermanas, amigas, madres e hijas tomadas de la mano, mujeres solas, como Sara, quien vive en La Villa y era su primera vez en estos andares.

¿Por qué vine? Porque se es o no se es, porque Claudia será nuestra primera mujer presidenta y ella me hace sentir que todas podemos lograr lo que nos propongamos, explicó y se acomodó junto a otra compañera que conoció ahí en la calle, que vino de Chalco y añadió: opino lo mismo.

Así es la comunidad que se entretejió en torno a un objetivo: mostrar su apoyo a Sheinbaum, quien apareció puntual pero tardó varios minutos en llegar al templete, pues se detuvo a recibir saludos, besos, sobres con peticiones.

El mismísimo filósofo griego Aristóteles, que alguna vez aseguró que las mujeres no tenían el elemento gobernante por naturaleza, quedaría perplejo ante todo lo que significó y significará durante muchos años este momento encabezado por Claudia Sheinbaum, quien antes que nada dijo a sus seguidores: ¡gracias, gracias, gracias por tanto! ¡No los voy a defraudar!

Más puños en alto y hasta lágrimas en el rostro de un viejecito que sonrió y dijo a quien quisiera escuchar: golpe al machismo, ¡cabrón!

Los contingentes siguieron llegando por la calle 20 de Noviembre, pero ya no pudieron avanzar. Un vendedor de nieves serpenteó entre la gente, con sus vasitos en alto; en algunos rincones olía a papas fritas, mientras en las banquetas se sentaron abuelas y madres con hijos pequeños para seguir con atención el discurso de Sheinbaum.

Laura, universitaria y una avezada admiradora de la candidata, reflexionó mientras la escuchaba: ha crecido tanto en esta campaña; mis respetos, qué orgullo que sea una mujer, pero no una figura materna, ni la princesa, mucho menos la débil, sumisa, ni el sexo débil. Es, simplemente y con eso tenemos: una mujer política, ya nos hacía falta.

De pronto, Claudia mencionó al presidente Andrés Manuel López Obrador: me comprometo a cuidar su legado, y el jolgorio se intensificó con la porra que los ahí presentes traen tatuada en el alma: ¡es un honor estar con Obrador!

Luego de dar a conocer los puntos que sustentarán su gobierno, con énfasis en la promesa de que nunca más habrá salarios de hambre, la candidata invitó a todos y todas a entonar el Himno Nacional, y quizá quien no estuvo presente no creerá que justo en ese momento comenzó a soplar el viento con más fuerza.

La bandera monumental ondeó chulísima y en la mente retumbó la certeza, en plural, con la que Sheinbaum rubricó la tarde: por primera vez en 200 años de la República, llegaremos las mujeres a la más alta distinción que pueda darnos nuestro pueblo: la Presidencia de México. Llegamos todas, con nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras hijas, nuestras nietas. Es tiempo de mujeres y de transformación. Al final, Los Ángeles Azules deleitaron a quienes se quedaron hasta el bocado final: el disfrute del bailongo.

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