Madrid. “Me dijeron que me voy a morir. Es tonto: no debería necesitar que me lo digan. Pero una cosa es saber que te vas a morir alguna vez –empeñarte en olvidar que te vas a morir alguna vez– y otra muy otra que te digan que hay un plazo y ni siquiera es largo”. Así se inicia Antes que nada (Penguin Random House), el libro más reciente del escritor argentino Martín Caparrós. En él, reúne sus memorias, pero sobre todo son sus reflexiones y preguntas ante su condición de enfermo de esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que lo ha ido postrando poco a poco en una silla de ruedas y, como él dice, se ha ido tragando trozos
de su cuerpo.
En su casa en Torrelodones, pueblo de montaña a unos 30 kilómetros de Madrid, Caparrós ve desde la ventana la llegada del otoño, los pájaros que a veces lo visitan, como las urracas serranas de colores vivos o los buitres que en ocasiones llegan a su jardín, donde concedió una entrevista a La Jornada, en la que, como hizo en su libro, recorrió y recordó su vida.
–Ha experimentado dos cambios importantísimos en los años recientes: primero, que le detectaran la ELA, y segundo, que lo hiciera público. ¿Desde entonces siente que la mirada de la gente hacia usted ha cambiado?
–No sé exactamente, porque sólo llevo dos o tres semanas desde que lo hice público. Estos días hubo mucha gente que me manifestó mucho cariño y apoyo, y eso fue muy emocionante. Justamente, una de las razones por las que no lo dije antes, era porque no quería que me vieran como moribundo. Yo no me siento un moribundo; simplemente, soy alguien que tiene una fecha de vencimiento más o menos cercana, pero sigo haciendo todo lo que puedo: sigo escribiendo, sigo pensando, sigo hablando.
–Hacerlo público, ¿lo liberó de alguna forma de una carga que ya no quería llevar más?
–No lo sé bien. El asunto fue casual, porque durante un tiempo largo el diagnóstico fue confuso, con lo que yo no decía nada, porque no se sabía nada con certeza y los médicos simplemente se limitaban a registrar los cambios y a cuidarme como podían, pero en realidad es que no tienen ni idea de cómo evoluciona la enfermedad. Es casi como un registro notarial, nada más, en el que certifican que mi pierna izquierda se quedó sin fuerza o que mis manos se empiezan a entumecer. Así que como el diagnóstico era confuso preferí no decir nada que pudiera no ser cierto y, al mismo tiempo, me puse a escribir este libro, pensando en que si esto se va a acabar, me gustaría revisarlo, ver cómo fue y tratar de contarme mi propia vida. Realmente, el libro lo empecé a escribir para mí; de hecho, una vez que lo terminé, lo dejé y ni siquiera lo pensaba publicar. Lo escribí porque en ese momento necesitaba reandar esos caminos, volver a recorrer mi historia.
“En un momento decidí publicarlo, entre otras cosas, porque ya se había confirmado el diagnóstico y los síntomas estaban cada vez más claros. La primera entrevista que di sobre el libro en el periódico La Vanguardia, 10 días antes de que saliera a la venta, tuvo enorme repercusión y se convirtió en noticia, algo que nunca me pasó por la cabeza y fue una sorpresa.”
Una frase irradia todo lo demás
–El primer párrafo del libro tiene una fuerza tremenda, parece que salió de las entrañas y que luego al final es la guía de todo el libro. ¿Fue así?
–Nunca me acuerdo bien cómo escribo los libros y me matan cuando me preguntan cuánto tiempo tardé en escribirlo; en realidad no tengo un recuerdo claro de cómo fue. Pero tengo la impresión de que esa frase se me apareció muy al principio, pero seguro fue el foco que irradia todo lo demás. Es porque me dijeron que voy a morir pronto que por un lado quiero contarme mi vida y por otro lado quiero pensar cómo es eso de situarse frente al fantasma de una muerte próxima. Todos los capítulos sobre la enfermedad emanan de esa frase y se trabaja en esa idea. Es el núcleo a partir del cual todo lo demás se va expandiendo.
Pero cuando la escribí salió sola, como si la expulsara. Tardé en darme cuenta que era un endecasílabo, y eso que yo siempre miro lo que escribo en términos de sílabas. Yo sé que los endecasílabos suelen ser los más armónicos y musicales que tiene nuestra lengua, y yo los uso, trato de no abusar, pero en este caso tardé como un mes en darme cuenta. La frase se me impuso.
–En el libro hay como dos partes, toda la reflexión y preguntas sobre la muerte inminente, y luego las memorias de vida como tal. La parte biográfica está repleta de recuerdos muy nítidos y con muchos detalles. ¿Se basó en sus diarios o fueron recuerdos?
–Nunca escribí diarios. Ni siquiera lo intenté, aunque sí envidio a la gente que lo hace. Así que no, simplemente fui recordando; ahora tengo la sensación de que no incluí algunas cosas que tendría que haber recordado.
–¿Fue especialmente difícil contar tantas intimidades de la vida familiar?
–Puede ser. Mi padre tuvo una vida complicada, murió muy joven y eso fue algo que siempre se me quedó atravesado. Pero cuando me planteé escribir el libro quería contar todo aquello que consideraba digno de ser contado; no quería hacer una selección que diera una impresión falsa y quise ser lo más honesto posible con la historia, aunque, por supuesto que cuando uno se cuenta a sí mismo su historia, siempre se corre el riesgo de adulterarla, pero yo busqué ser lo más justo que pude.
–A diferencia de otros libros suyos, en los que hay muchas referencias de entrevistas, testimonios, viajes, en éste da la impresión de que fue un viaje introspectivo a su pasado. Con ese riesgo de tergiversar su historia…
–Sí, pero intenté no hacerlo. Eso es algo que cuento en el libro, porque en un momento dado se me ocurrió que la mejor opción para hacerlo era esa idea que tuvo en su día Gabriel García Márquez de hacer una especie de reporteo sobre mí mismo y preguntar quién era yo a gente con la que hubiera compartido cosas. Pero me pareció poco fiable el sistema y me limité a mi memoria y a tratar de ser lo más ecuánime que pudiera, sin ocultar que me gusto y que me quiero, aunque también me critico y, a veces, muy pocas, me detesto.
–¿En esa reconstrucción del pasado fue difícil verse como se veía entonces, sobre todo mirándolo desde este presente, con su actual situación?
–No, pero lo más difícil sí fueron esos capítulos intercalados sobre la enfermedad y sobre mi cuerpo ahora, porque son la constatación de una derrota y de una impotencia bastante extrema. Esta enfermedad tiene varias características pero la fundamental es que se va como tragando trozos de tu cuerpo. Estas piernas las tengo de adorno, no puedo moverlas. Y va avanzando y sabes que cada vez va a ser peor.
Escribir sobre eso era un dolor y una liberación. Nunca he creído en el poder catártico de la escritura, pero en este caso algo de eso hubo, ya que pude escribir sobre mi enfermedad cosas que me resultaba muy difícil decirme. La escritura me facilitó ponerlas negro sobre blanco y tratar de entenderlas y de aceptarlas, sobre la enfermedad, sobre la muerte…
–La muerte siempre ha estado muy presente en su obra, pero más como un agente externo; sin embargo, en este libro no es así.
–Así es. Escribí demasiado sobre la muerte. Tengo varios libros que están muy centrados en eso, y a veces pienso si eso tendrá que ver con que tuvimos –los que crecimos en la Argentina en los años 70–- un contacto muy cercano con la muerte. Se me murieron muchos amigos a los 20 o a los 18 años, que no es una edad en la que se muere gente con la que se está. Yo mismo corrí ese riesgo. Por eso a veces me pregunto si esa presencia, quizás excesiva de la muerte en mis libros, fue una forma de ir metabolizando esa parte de la historia. En todo caso, sí hay mucho de eso, pero de manera más lejana o literaria. Y en éste no, en éste hablo de algo que me han anunciado para dentro de no mucho tiempo. No se sabe cuánto, por suerte, pueden ser tres años o, si tengo mucha suerte, pueden ser 10. Pero sí está claro que esto es lo que me va a llevar a la tumba.
Con mirada serena
–Y da la sensación de que la mira con serenidad más que con rabia; no sé si usted se siente así…
–Sí, trato de mirarlo con serenidad, porque creo que es la manera de llevarlo mejor o menos mal. Mi meta es tratar de vivir el tiempo que tenga de la mejor manera posible. Me parece que la rabia no me sirve para nada. Por supuesto, en ocasiones tengo momentos de tristeza, porque no puedo cebarme el mate como me gustaría o tantas otras cosas, pero en general estoy bastante tranquilo.
–En esa revisión de su vida a través de sus memorias usted recuerda que el hecho político que más le marcó fueron los años de juventud, con esa militancia tan activa contra la dictadura…
–Sí, sin duda. Porque eso sucedió entre mis 13 y mis 17 años, y terminó muy mal, con mucha gente muerta o escapándose. Fue uno de esos momentos fuertes e intensos en la historia de Argentina; haber estado en medio de ello me marcó mucho. Por supuesto, tengo claro que nos equivocamos en muchas cosas, y que fracasamos claramente, pero no por eso es menos importante en mi vida y en mi formación. Muchas de las cosas que entonces pensaba las sigo pensando, me sigue pareciendo indispensable hacer lo poco que cada uno pueda para construir una sociedad más justa y más igualitaria.
–Cuando dice que fracasamos
, ¿en qué piensa exactamente?
–En el fracaso de la Argentina, que ahora mismo tiene a 52 por ciento debajo del umbral de la pobreza; eso es un desastre generacional. Mi generación tiene que hacerse cargo de que nos salió todo muy mal, pero no sólo a los que queríamos cambiar a la sociedad, sino en general a todos los argentinos. Tenemos un país mucho peor que el que teníamos hace 50 años, cuando había una sanidad y una educación públicas que funcionaban. No sé como llegamos a eso ni cómo vamos a salir.
–Y eso explica lo que hay ahora y a Javier Milei, ¿no?
–Sí, eso lo explica, pero de la manera más burda. Los gobiernos de los 20 años recientes lo hicieron tan mal que millones y millones de personas prefirieron elegir a un desquiciado antes que a cualquiera que tuviera que ver con esos gobiernos anteriores. Y escogieron a alguien como Milei, persona inelegible ni siquiera para regentear una casa de putas.
Es tonto, gritón, malhumorado y violento, pero fue el único que consiguió plantearse como algo distinto y nuevo.
–¿Desde que escribió el libro siente que ha disminuido el odio hacia usted de un sector de la sociedad argentina, sobre todo de los más próximos a Milei?
–No sé, puede ser. Alguna gente con la que tengo diferencias políticas me escribieron afectuosamente, pero nada más allá de eso. Un gesto así de Milei ni lo espero ni lo querría.
–En esta etapa de su vida, ¿lee mucho, poco, cómo distribuye su tiempo?
–Leo quizá menos que en otros momentos, porque tengo muchas ganas de escribir, pero sigo leyendo. Ahora estoy leyendo el libro más reciente de mi amigo Juan Villoro, No soy un robot, a quien tengo mucho respeto literario. También releo cosas, no sé, de algún libro que fue importante para mí e intento revisar si lo sigue siendo.
–¿Cuál es el libro del que se siente más orgulloso?
–De ficción sin duda es La historia, y de no ficción hay dos o tres, que son El hambre, el que quizá tuvo más recepción y circuló; después Ñamérica, con menos repercusión de la que yo pensaba; quizás es un libro que está por leerse, y El interior, que es un viaje que hice por la Argentina y sentí que había hecho lo mejor que podía.
–¿Y Antes que nada?
–Es aparte, porque nunca habría creído que iba a escribir sobre mí. Me parece raro, casi presuntuoso el concepto. Al mismo tiempo me importó mucho escribirlo, pero sí es un libro totalmente aparte de todo lo que hice.
–En el libro dice que la enfermedad no le permite pensar mucho en el futuro; sin embargo, siempre tiene muchos proyectos en marcha…
–Sí, tengo como seis o siete libros inéditos que tengo que ir publicando. Una cosa es saber que el futuro no es muy largo y otra cosa es sentarme a esperar a que llegue. El futuro no será muy largo, pero quiero usarlo todo lo que pueda. Respeto el humor casi más que cualquier forma de expresión; es una de las mejores formas de la inteligencia, y yo trato de ejercerlo todo lo que puedo. Eso lo hago también en mis libros, aunque a veces me invade la tristeza de poder hacer algunas cosas, como ir a dar un paseo por el jardín. Pero lo asumo y disfruto cada mañana, cuando me siento a escribir con un plato de queso y uvas. Y desde mi ventana veo pasar las estaciones del año, a las urracas y algún buitre que de vez en cuando aparece.