Su destino, afirma Bartolomé Vázquez López, no era ser profesor. Más que vocación, asegura, descubrió el gusto por ayudar a los niños a conocer el mundo a través de las nubes, el río, las plantas y la tierra.

Su determinación por formar a las infancias indígenas de su comunidad desde una visión que respetara su niñez, su libertad y su inteligencia, lo llevó a crear una escuela sin candados ni barrotes, donde los alumnos aprenden con el juego, construyen su conocimiento en contacto con la naturaleza, y donde su voz se escucha y se toma en cuenta. Es lo que muchos especialistas han llamado una pedagogía de la felicidad.

Su historia, narrada en el documental El sembrador: educación y esperanza. Un relato de vida, dirigido y producido por Melissa Elizondo Moreno, muestra su trabajo de maestro en la escuela primaria multigrado bilingüe Mariano Escobedo en la comunidad de Monte de los Olivos, en el municipio de Venustiano Carranza, Chiapas.

En entrevista con La Jornada, afirma que como indígena tsotsil e hijo de campesinos, comenzó a batallar la vida desde muy niño. En su comunidad, en el municipio de Venustiano Carranza, Chiapas, no se podía cursar más que hasta cuarto de primaria. Concluir ese nivel educativo requirió de un gran esfuerzo.

Y después vino el primer susto. Le tuve que llorar a mi padre para que me dejara seguir estudiando y cursar la secundaria. Pedimos favores para que pudiera ir a cursar la secundaria a la cabecera municipal.

Concluido ese nivel educativo, enfrentó otro susto: resolver cómo podría continuar con su bachillerato, lo que finalmente logró.

“Cuando egresé como técnico veterinario, ya nadie nos daba empleo, todos querían doctores en veterinaria, así que al hablar una lengua indígena, el maya tzotzil, se me abrió una puerta: ser maestro de educación indígena, aunque la gente te decía: ‘pues aunque sea de maestro’, y ese aunque sea de maestro se convirtieron en 37 años de servicio”, apunta.

Todo tiene un proceso

Sonriente, asegura que fue la suerte la que hizo posible que su trabajo se conociera en el mundo. El documental, galardonado en tres categorías distintas en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2018; y con el premio a Mejor Documental en el Festival Internacional de cine ONE Country ONE Film en Francia, entre otros reconocimientos, ha sido ampliamente difundido entre colectivos docentes.

De visita en la Ciudad de México, donde participó en diversas proyecciones para alumnos normalistas y docentes, señala que la verdadera pedagogía de la felicidad no es tanto como uno cree, que todo es felicidad, no, todo tiene un proceso.

Hay que encontrar, detalla, qué nos une, qué puede unir a 20, 30 niños, y si es una actividad, pues lo hacen con alegría, porque se conectan, y en ese momento alcanzamos, como los ecualizadores, el punto máximo: la felicidad.

Sin embargo, alerta que esa cima es momentánea, todo vuelve a bajar, porque el proceso sigue, porque nos estamos formando, pero debe ser una formación que se sienta.

Al tocar emociones, “también hay frustración. A veces los niños están tristes, porque no le han entendido a algo o a veces también te desesperas como maestro, pero de pronto hay un niño que salta y dice: ‘por aquí es, ya entendí’, y todos se emocionan, y vuelven a subir las líneas de la felicidad”.

Replicar el modelo en escuelas urbanas

No soy, admite, “ni investigador ni especialista. Sólo observo cómo se mueven las emociones de los niños, y buscó que puedan disfrutar a cada momento, pero todo es un proceso. Incluso las cosas malas también te enseñan, y con el paso del tiempo, eso que aprendiste, aunque no fue grato, también te va a hacer feliz.

Siempre supe que tenía que entender al niño, porque cuántas veces somos niños. Si uno pasa esa etapa y no llena el espacio de la travesura, de su exploración del mundo, te es más difícil crecer, porque no hay un niño que sea feliz sentado solamente; por naturaleza, por su energía, por querer descubrir el mundo, cometen muchos errores, y uno como adulto debe comprender eso, explica.

Replicar este modelo en otras escuelas multigrado, e incluso, en escuelas urbanas, afirma, depende mucho de con qué eres feliz. De pende de qué estás hecho emocionalmente. Nosotros podemos ser felices con lo que se tenga, si estás preparado para comprender que no se trata de tener en exceso, sino de disfrutar el espacio y lo que tienes, se puede.

Sin embargo, reconoce que romper con un sistema educativo que “por muchos años nos dijo qué hacer a los maestros, es muy difícil. Ahora que con la Nueva Escuela Mexicana nos dicen: ‘maestro eres libre, pueden ser creativo en el aula’, somos como los caballos acostumbrados a caminar en un pedazo de tierra, que aunque tengan la rienda suelta, no se van a ningún lado”.

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