La noche de los peregrinos que circundan la Basílica de Guadalupe, en vísperas de la fiesta, transcurre así: dormitan o conversan el duro trasiego desde comunidades muy lejanas. Comparten lecho en el concreto para soportar el frío de la madrugada. Deciden entre dormir, atenderse los dolores o solucionar el hambre. El atrio aún es infranqueable para celebrar a la Virgen.

Una joven madre está sentada en el suelo, recargada en un muro descascarado. Tiene a un pequeño en su regazo y le acaricia el cabello. Mueve su mano morena con lentitud, le acaricia la frente. Se escuchan jirones de conversación alrededor. El niño tiene la panza, también morena, descubierta y un ungüento sobre ella. Musita con su voz aguda: me duele, mamá. A lo lejos en la mente se nos mete la imagen de La piedad de Miguel Ángel.

La gelidez de la madrugada agobia, cercana a nueve grados Celsius. La sensación térmica es peor. Cientos de personas duermen en banquetas y algunas jardineras en las calles cercanas. En las primeras horas de este jueves se esperaba una temperatura de cinco grados.

Son más las familias que pernoctan, aunque hay algunas parejas y peregrinos solitarios. Cuentan con tiendas de campaña, cobijas y materiales diversos, como espuma de embalaje o cajas de cartón abiertas. Llevan cobertores de tigre o con los escudos de las Chivas o el América, frazadas con motivos de historieta, bolsas de dormir Coleman, colchonetas y colchas de distintos tipos como cama y abrigo.

Son muy comunes las cobijas viejas, con diseños cuadriculados. Muchas son pesadas. Las hay modernas pero en extremo delgadas; mantas y algunas telas apenas más gruesas que una sábana. No falta quién tendió un jorongo con motivos de gallos o caballos y se tumbó luego sobre ellos. Hay personas que se recuestan sobre bancas, duermen sentados o dormitan de pie.

Dormir en tierra

Dormir en tierra, escribió José Revueltas en su novela así llamada. Aquí reposan en cemento, poliuretano, cartón, telas tenues, plásticos. Es un recuento de formas de descansar, pero ahora a la intemperie. Hay cobijas que cualquiera vio en la casa de sus abuelos, que pertenecen a ese rincón de la memoria. Son imagen de ese país perdido en el tiempo.

En hileras, los peregrinos descansan en grupos. Son familias la mayoría. Se les nota el cansancio en el rostro dormido. Muchos tienen la boca abierta o roncan sin recato. Abrazan a sus parejas, a sus hijos. Alguno se remueve, quizá insatisfecho el estómago. Hay algo dramático en esa forma de yacer tras la extenuante caminata. A su alrededor, las mochilas deshilachadas atestiguan la penuria.

¿Qué soñarán? ¿Qué estarán soñando ahora? ¿Cuáles son sus sueños? ¿Cuál fue la vida anterior de esas cobijas viejas? ¿Qué alcobas, camas o lechos han habitado? ¿Cómo llegaron a ellos? ¿En qué momento, poblado, aislada casa en el camino les fueron dadas? No sabemos. Lo que sí sabemos es que aquí se reúnen millares de ellas. Son los defensores contra el frío de los peregrinos de la noche. Los cobijan a ellos ahora.

En los márgenes del improvisado dormitorio común reposa el calzado de los viajeros. Es variado, pero dominan los tenis. Muchos se ven recientes, pero están cubiertos de polvo. Son piratas, pero de cierta calidad, con costos que rondan 500 pesos. Parte del presupuesto para este viaje.

Una policía, que omitió su nombre, contó que la noche del 10 de diciembre habían llegado menos peregrinos que el año pasado en la misma fecha. No hay tanto movimiento; habría unas 3 mil personas apenas.

Un grupo reúne más de 200 personas; gastaron unos 100 mil pesos y casi un año de preparativos para el traslado, con nueve vehículos. Vienen de un poblado cercano a Tepeaca, Puebla. Salieron a las 10 de la mañana del lunes pasado y sólo se detuvieron para comer y tomar un café en la noche.

Otro más pequeño, con unos 70 peregrinos, inició sus planes en marzo pasado: el de San Sebastián Cuacnopalan, Puebla, que integró habitantes de Palmar de Bravo y Trinidad del Arenal. Salió el domingo pasado a la una de la madrugada.

Daniel Pérez García informó a este diario que el costo se acercó a 30 mil pesos. El organizador de 25 años relató que llevaba tres días sin dormir y para el regreso probablemente sean cinco jornadas con apenas algunas siestas.

Caso distinto es el de Antonio Hernández Pérez, que se nota maltratado por la vida, pero ha hecho el recorrido durante 30 años y ahora trae 300 pesos, mismo presupuesto que el de sus tres acompañantes. Con más de seis décadas de vida, agradeció los alimentos que le fueron dados en el camino. Sin la bondad de extraños hubieran muerto en el camino, dice.

El menú

Una buena parte de los gastos en alimentos corren a cuenta de personas que no caminan con ellos, pero les dan agua, bebidas calientes, jugos, tacos, tortas, sándwiches, tamales. El menú para los peregrinos de la noche: tortas, tacos de canasta y café, cortesía de voluntarios.

Hay colectivos que llevan su propia comida y bebida. En uno de ellos desayunaron huevos con rajas el primer día, al siguiente fue una ración aún más magra: caldillo de papa en la mañana y papas fritas en la noche. Otros llevaban café, tortas y poco más, aunque al regreso disfrutarán una barbacoa en el trayecto, se prometen.

El ambiente huele a sudor y polvo, a comida asoleada, a plásticos o telas resistentes pero requemadas o antiguas. Hay quienes se levantan en la madrugada, con lentitud y cierto sufrimiento. El cansancio se les nota en el gesto.

Un adulto maduro y rostro curtido se incorporó en la madrugada. Sin despertar a su esposa e hijo se quita un calcetín maltrecho, abre una botella y se unta una solución oscura en la fibrosa pantorrilla. Tiene las uñas sucias. Iracel Alonso repite el masaje mientras refiere que viene de San Martín Texmelucan y caminó unos 150 kilómetros.

Le duele la pierna desde el domingo a las 2 de la madrugada; así camina desde entonces. El drama de la pobreza. Hambre. De lo ilusorio. El anhelo del milagro. Mientras, los insomnes atisban hacia el atrio. Ya quisieran que se abrieran esos portones. Como Franz Kafka cuando pone en boca del protagonista de El castillo el anhelo de poder entrar, el anhelo de ser.

Bienaventurados los peregrinos, porque de ellos es el reino de la noche.

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