Braunschweig. Con el paso del tiempo han quedado un tanto en el olvido las noticias sobre el conflicto armado en la República Democrática del Congo en Africa Central donde niños desde que cumplen 8 años son secuestrados y utilizados como combatientes por parte de los grupos étnicos en pugna. Cabe recordar que el Congo logró su independencia de Bélgica en 1960.

Se reportan casi un centenar de grupos armados pertenecientes a diferentes grupos étnicos muchos de ellos con una antigua historia de rivalidad. Aseguran defender sus localidades aunque también intereses económicos y políticos han desencadenado el conflicto armado.

Una importante contribución para que el mundo recuerde esta terrible realidad es la cinta Katika Bluu de los realizadores Belgas Stéphane Vuillet y Stéphane Xhroüet y que se encuentra en competencia en el Festival Internacional de Cine de Braunschweig.

Un valiente trabajo semificcional pero que en realidad es prácticamente un documental en que los protagonistas son actores no profesionales e interpretan sus propias vivencias. Estos actores se encuentran en un campo de refugiados denominado Transit and Orientation Centre bajo el auspicio de UNICEF en donde se intenta devolverlos a sus familias y reinsertarlos en la sociedad a través de una serie actividades para desaprender las actitudes de extrema violencia en que fueron educados

Película basada en hechos reales. Escuela de cine en el Congo

Katika Bluu retrata la realidad y la cotidianidad en este centro de refugio.

El contexto previo a este trabajo cometan los directores, es el siguiente. “ Estamos al frente de una escuela de cine en Goma. Unicef nos contactó para realizar un video documental, el proyecto fue avanzando hasta convertirse en un largometraje”

En el campo de refugiados para niños soldados se les provee de techo, alimentación y ropa. Los niños y jóvenes están bajo el cuidado de un grupo de mujeres a las que se dirigen por su nombre anteponiendo el mamá.

Por otro lado Papá es el encargado de la administración del centro y conductor de un vehículo que circula por caminos de la selva para rescatar a los pequeños combatientes.

El hilo narrativo es la historia de Bravo, un joven que es rescatado en la selva y que orgullosamente pinta su rostro con líneas azules como distintivo del grupo armado al que pertenecía. Solo conoce el lenguaje de la violencia y la muerte, ofende a sus compañeros, se niega a compartir el cuarto con otros compañeros de otras etnias, a realizar trabajos de ayuda a las mujeres que les preparan los alimentos y las ofende abiertamente llamándolas rameras y expresando que en la selva eran todas violentadas sexualmente.

Dura es la lección cuando las mujeres en grupo lo confrontan y le ofrecen estar dispuestas a que sean violadas por él. Este es el primer atisbo de recuperación cuando Bravo se desploma y llora en los brazos de una de ellas pidiéndole perdón.

Rechazo social a los niños soldados

En algún momento el joven logra escapar del campo para enfrentarse con un absoluto rechazo por parte de los habitantes de Goma a las que se presenta con orgullo como un soldado. De la misma manera cuando el centro logra encontrar a su familia e intenta que regrese a su vida previa, se enfrenta a un rechazo incluso violento por los habitantes de su pueblo.

A muchos de estos niños a pesar de desaprender todo lo anteriormente vivido no les queda otra alternativa que seguir en el campo de refugiados.

El desolador reporte de Amnistia Internacional sobre los niños soldados

El reporte de Amnistía internacional sobre los niños soldados en el Congo es desolador.

El conflicto también se ha caracterizado por la utilización generalizada y sistemática de niños como combatientes por parte de todas las facciones. Actualmente, la República Democrática del Congo es uno de los países del mundo con mayor tasa de niños soldados. Estos menores suelen recibir un trato violento

durante su entrenamiento y en algunos campos se han registrado muertes de niños debido a las deplorables condiciones en que vivían. A menudo se los envía a las líneas de combate, donde se los obliga a ir en avanzadilla para detectar la presencia de tropas enemigas, hacer de guardaespaldas de sus jefes militares, o se los convierte en esclavos sexuales. Se utiliza asimismo tanto a niños como a niñas para transportar los pertrechos, el agua y los alimentos, o como cocineros. A algunos se los ha obligado a matar a miembros de sus propias familias, y a otros a participar en actos sexuales y de canibalismo con los cadáveres de los enemigos muertos en los combates. A menudo se les administran drogas y alcohol para contener sus emociones cuando cometen estos crímenes.

Las entrevistas que Amnistía Internacional ha realizado a niños que se habían escapado del ejército o que habían sido desmovilizados ofrecen un testimonio espeluznante sobre cómo les ha afectado el conflicto.

 

 

 

 

 

 

 

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