Jean-Paul Sartre alguna vez dijo: Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros. Si uno mira a Hugo López-Gatell Ramírez (Ciudad de México, 1969) es posible percatarse de la veracidad de esa frase. Médico como su padre, con aplomo y solvente dominio espacial, escénico como su madre, pareciera ser un imán para meterse en líos al no acatar lo que considera injusto o indigno, como hizo su republicano abuelo, Francisco López-Gatell Comas (1897-1984), quien además de rebelarse contra el brutal colonialismo en África, combatió al franquismo en España hasta el grado de exiliarse en Francia, primero, y en México, finalmente. ¿Es posible escapar del destino que la propia estirpe familiar imprime en nuestra sique? ¿No somos continuidades de esos hombres y mujeres que nos antecedieron y quienes nos enseñaron cómo andar por el mundo?

–Su familia paterna vivió persecuciones en España, así como exilios. ¿Cómo le narraron a usted esa historia?

–Ese es uno de los elementos más significativos en la configuración de mi pensamiento y de mi estructura emocional. Aquello fue una historia de dolor por lo que significó el sufrimiento de la guerra y el exilio, pero también un relato de dignidad, orgullo y convicción. Nunca fue una historia de arrepentimiento o vergüenza. Mi abuelo padeció hambre, persecución y prisión; aunque siempre mantuvo una vaga esperanza sobre el posible restablecimiento de la Segunda República.

Cuenta que su abuelo cayó preso incluso antes de la dictadura franquista, y recuerda a su padre, Francisco López-Gatell Trujillo (1925-1999), médico cirujano y considerado una eminencia de la urología mexicana del siglo XX: “Llegó al país con 16 o 17 años de edad. Antes, junto a sus hermanos y mis abuelos, estuvo exiliado dos años en Francia, y allí padecieron la invasión nazi. Él habitó algunos días en un campo de concentración. Ya en México, mi padre no militó, pues desconfiaba de lo político como acto disciplinario; aunque mantuvo un compromiso con ideales de justicia tanto en la familia como en la comunidad y en la sociedad.

“Mi madre, Margarita Ramírez (1945), 20 años menor que mi padre, puso en marcha elementos pedagógicamente refrescantes con sus hijos: nos incitó al deporte, al teatro, la narrativa oral escénica, así como a la pintura y la poesía. Mi padre nos estimulaba a escribir algo parecido a un diario; insistía en la virtud de la lectura, el pensamiento y la meditación general. Leyó a José Ortega y Gasset, así como a los autores españoles de la generación del 98. Escuchaba a Mozart, Bach y Brahms, y era amante del tango: tanto que me llamó Hugo porque era admirador del tanguero Hugo del Carril.

Mi acercamiento al movimiento estudiantil fue determinado por mi experiencia de alfabetización en Michoacán, con 15 años de edad. Eso marcó un parteaguas en mi vida: antes estaba volcado al divertimento propio de un muchacho clasemediero, estudiante del Colegio Madrid, y reflexiona sobre su paso por el activismo político durante su estadía en la Facultad de Medicina de la UNAM.

“En cada paso de mi vida encuentro ese comportamiento de rebeldía, de no aceptar el statu quo ni de protegerme al conciliar con poderes opuestos a mi manera de pensar: es una fiebre de retar al poder. A veces eso es más político, y en otras ocasiones ha sido en mi profesión, en la educación y en la convivencia vecinal o ciudadana.

Percibo que la injusticia social es el gran motivo por el cual surgen todas las calamidades, incluyendo las enfermedades físicas, mentales y sociales. Ese análisis me hace pensar que la salud individual y social no puede lograrse sin transformar la desigual distribución de los bienes materiales e inmateriales, lo cual impide que los seres humanos expandan sus capacidades y aumenten su dignidad, enfatiza el médico de 55 años.

–¿Cómo consideró la ética al diseñar la estrategia sanitaria durante la pandemia de covid-19 en México?

–Si no hay pulsión ética en nuestra práctica, entonces uno está en el desvarío. Mi mayor momento de plenitud ha sido al participar en un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador. Hice todo lo que pude para generar y orientar políticas públicas favorables a la población; los límites, posiblemente, estuvieron en mi capacidad y en las condiciones estructurales que vivía el país, además de cierta sintonía o asintonía con compañeros de trabajo y algunos superiores jerárquicos.

–Con los niveles tan altos de economía informal registrados en México, si usted proponía un confinamiento absoluto, eso hubiese generado que millones de personas quedaran varadas económicamente sin el sustento diario. ¿Pensó en eso al trazar la ruta sanitaria?

–Sí, desde un sentimiento de urgencia, así como a partir de mi formación de epidemiólogo y salubrista. Después, en el pensamiento político de López Obrador encontré correspondencia exacta, perfecta, amplia y nutrida. De su propia voz lo escuché, eso fue un momento verdaderamente emocionante para mí. A las pocas semanas de haber empezado la pandemia en México, me convocó a Palacio Nacional. Aproximadamente durante una hora caminamos en los pasillos del segundo piso de sus oficinas. Yo estaba extasiado, pues era como escuchar música sinfónica… ¡Le hice notar que, para mí, sus palabras se traducían en una convicción de muchos años atrás! En mi trayectoria profesional, pocas veces he encontrado a alguien que, sin contar con una formación en el campo de la salud pública, entienda esta problemática tan perfectamente.

–En las primeras semanas de pandemia en México, el personal médico improvisó incluso su indumentaria para protegerse del virus. Supo de estas condiciones no idóneas con las cuales la primera línea sanitaria enfrentaba al covid-19: ¿qué sintió en aquellos momentos ante la vulnerabilidad de sus colegas?

Carencias estructurales

–Enorme preocupación y angustia. Ningún país estaba preparado para un evento con la magnitud y extensión de esa pandemia. Las carencias eran estructurales en nuestro sistema de salud, lo cual es censurado por la mayoría de los medios de comunicación y algunos integrantes de la academia. Desde 1984, los distintos gobiernos neoliberales impulsaron una destrucción deliberada al privatizarlo, reduciéndole presupuesto y colocándolo bajo el manto de la corrupción. Al llegar la pandemia teníamos un deterioro grande en las condiciones de salud de la población mexicana con prevalencias de enfermedades crónicas: obesidad, diabetes, hipertensión, cánceres… sumándole a esto la enorme desigualdad social. Contra todo eso luchamos y allí evoco el enorme heroísmo del personal sanitario, el cual antepuso su ética y convicciones para cuidar a los demás en condiciones limitadas.

Cuando la pandemia empezó y había dificultad para garantizar equipo de protección personal a la primera línea ante el covid-19, sabíamos que México no tenía una industria propia, privada ni mixta en esta materia. La más grande empresa de cubrebocas N95, de alta filtración, es de capital fundamentalmente estadunidense: 3M. Una de sus plantas más grandes está en Jalisco, pero el capital internacional la controla absolutamente. Inicialmente exploramos, por la vía diplomática, si podíamos persuadirlos para que compartieran, racionalmente, parte de su material y así proteger al personal de salud mexicano. Y no hubo manera por las reglas de operación económicas y comerciales pactadas durante el neoliberalismo.

Al ser interrogado sobre su futuro y su necesidad de no naturalizar el dolor humano, agregó: “Si reviso mi vida, veo un patrón posiblemente ineludible: en mí, la injusticia y la agresión en contra de la dignidad humana precipitan la necesidad de actuar. Efectivamente, arriesgo la comodidad o la seguridad de mis satisfactores materiales o inmateriales, esto en función de una causa que no emerge de una preconfiguración doctrinal, ideológica, disciplinar u orgánica, sino que se presenta en la vivencia cotidiana. Eso llevó a mi abuelo a romper con la predeterminación de su condición social siendo burgués, casi aristócrata, militar y católico: no permitió que las injusticias de la monarquía, la dictadura ni la guerra pasaran desapercibidas. Mi padre también se construyó enemistades en el poder burocrático: no consentía que la injusticia permaneciera impune. Eso quedó en mi persona.

–¿Un ser humano no puede escapar a su destino?

–En cierta manera, no. Y este es el caso.

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