Ciudad de México. Dicen que el día que torea le crece más la barba al matador. Aseguran que es por el miedo. A saber si esta noche a Joaquín Sabina se le oscureció de más el mentón, porque cuando está por subir al escenario suele estar inquieto como esos hombres en traje de luces por los que siente una devoción casi religiosa. Además esta noche no es como cualquier otra, porque aquí en el Auditorio Nacional es el inicio de las despedidas a los recitales en México, un país en donde echó raíces profundas, con su gente, con sus canciones populares y, faltaba más, con su tequila.

“Este no es un lugar cualquiera para nosotros, nuestra primera gira empezó aquí y seguimos hasta esta que es la última. Por eso mismo hay un poquito de nervios y otro poquito de emoción. Eternas gracias a todos”, dice Joaquín de casi 76 años apenas pasada la primera canción. Qué difíciles son los adioses.

Y se nota que la mayoría de su público está de despedida, que vienen a decirle adiós a un viejo amigo, ese que se queda hasta las últimas horas cuando ya todos los invitados se fueron. Son cincuentones medio de izquierdas y medio bohemios -coinciden algunos asistentes-, aunque seguro que muchos ya no viven de madrugada ni se remojan las gargantas con el aguardiente de las despedidas como canta Sabina.

Pero aún les conmueve entonar “Calle melancolía” con su remitente en el número siete y “Quién me ha robado el mes de abril” con su verso de poeta maldito cañí: “En la posada del fracaso/ donde no hay consuelo ni ascensor / el desamparo y la humedad comparten colchón”. Y se ponen de pie con “Pacto entre caballeros”, esa pieza que huele al Madrid macarra de los ochenta, de porros y tascas: “Nos pusimos como motos/ con la birra y los canutos/ Se cortaron de meterse algo más fuerte”, dice la letra que parece una aventura del primer Pedro Almodóvar o del Carlos Saura quinqui.

Aunque el mejor Sabina es ese del malvivir que canta para los personajes de periferia. “Si estás más solo que la luna, déjate convencer”, aconseja en “Una Canción para la Magdalena” y recita en“Puntos suspensivos” bajo una luz vertical: “Lo peor del amor cuando termina, son las habitaciones ventiladas/ El solo de pijamas con sordina/ La adrenalina en camas separadas”.

Sabina dijo adiós, uno de esos que duelen, pero ahí quedan sus versos para acompañar a los que sorprende la madrugada, a esos que se quedan solos y se emocionan con la estrofa que dice “el amor cuando no muere mata”. Porque ya lo sabemos todos, como dijo Joaquín Sabina  “las canciones de desamor son las más cojonudas”.

Compartir
Exit mobile version