En 1981, tres años antes, con Aurora, mi compañera, realizamos un deseado viaje a México. Nos recibió en la Ciudad de México Alejandro Witker, historiador chileno. Con él, puse cara a los nombres propios de las ciencias sociales latinoamericanas, Sergio Bagú, Agustín Cueva, René Zabaleta, Suzy Castor, Raúl Benítez Centeno, Pablo González Casanova, Gregorio Selser, y a una parte del exilio chileno. Hugo Zemelman, Eduardo Ruiz, Pedro Vuskovic, Antonio Cavalla, Galo Gómez. México vivía un momento especial en la lucha por la libertad de prensa e información. En 1976, Julio Scherer dejó la dirección de Excélsior. Muchos de sus colaboradores se unieron a él, abriéndose una nueva etapa en la prensa mexicana. Scherer fundará ese año la revista Proceso y en 1977 una nueva cabecera hará su aparición en la prensa diaria, Unomásuno. De sus páginas, emergerá en 1984 La Jornada. Los motivos, entre otros, la censura en su línea editorial. Miguel de la Madrid llevaba dos años de gobierno neoliberal. La batalla de las ideas estaba en todo su apogeo. La máxima estás en el PRI o estás en el error se resquebrajaba. Tardará en producirse la debacle, no sin antes recurrir al pucherazo que sisó las elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas, en 1988, llevando a Los Pinos a Salinas de Gortari.

Invitado por Pablo González Casanova, entonces director del flamante Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades, viví el periodo electoral y su desenlace. En esta coyuntura, La Jornada era de obligada lectura. Un referente. Tenía una perspectiva latinoamericana y un sentido global. El conflicto en Centroamérica, la perestroika, el fin de las dictaduras en el Cono Sur, los procesos de transición, eran tratados en artículos de opinión que se transformaban en imprescindibles para el debate. Reportajes, entrevistas, suplementos permitían tener una visión amplia de los acontecimientos vividos en México y el mundo. Hoy mantiene dichas señas de identidad.

Confieso ser adicto a La Jornada. En sus páginas de opinión encuentro una amplitud ideológica y política de la cual carecen la mayoría de los medios de información. En sus columnas se encuentran ensayos de premios Nobel, académicos, literatos, sociólogos, artistas, empresarios y políticos de todas las corrientes teóricas e ideológicas. Sin citar nombres propios, escriben y han escrito en sus páginas, pensadores liberales, conservadores, radicales, socialistas, marxistas, socialdemócratas de los cinco continentes y todo el espectro político mexicano, lo cual habla del compromiso de su dirección por brindar pensamiento crítico en todas sus vertientes. La libertad de información y expresión se unen al respeto de las ideas y a sus lectores.

La Jornada está y ha estado en primera línea dando a conocer la realidad política, social, cultural, económica en el terreno interno como en el plano internacional. Sus corresponsales en el extranjero, en América Latina y España facilitan conocer de primera mano los hechos. Baste recordar las informaciones tras los terremotos de 1985, a menos de un año de su nacimiento. tambien el alzamiento zapatista de 1994, la muerte de Hugo Chávez, los golpes de Estado en Honduras, Bolivia, Brasil y hoy los sucesos en Argentina, Venezuela, las elecciones estadunidenses, el informe de los asesinatos de Ayotzinapa, la represión, los cárteles de la droga, el debate de la 4T, y tantos otros. Eso hace de La Jornada un periódico único y diferente. En España muchos me preguntan de dónde saco tantos datos y noticias que se desconocen. Muy simple les respondo: “En La Jornada, de México”.

En estos 40 años, algunos colaboradores han sido asesinados, otros amenazados. La han intentado silenciar, comprar, asfixiar económicamente; sin embargo, no lo han logrado. Su perseverancia y su proyecto, es ejemplo de dignidad y ética periodística. En La Jornada he leído y fotocopiado artículos que utilizo en mis clases. Auténticos tratados, nada qué envidiar al ensayo académico, muchas veces repetitivo y farragoso. Pero ha sido la digitalización, a fines del siglo XX, lo que supuso un salto cualitativo. La edición digital es de libre acceso. En España, las empresas periodísticas como El País, El Mundo, La Vanguardia con ediciones en papel envían el mensaje: la información hay que pagarla. La imposibilidad de leer, reproducir, enviar artículos, noticias e informaciones marca la diferencia. Además tienen un sesgo ideológico con respecto a las noticias de América Latina, que hace imposible enterarse de qué sucede realmente en la región.

Si no existiera La Jornada, me platicaba Pablo González Casanova, habría que inventarla. Estaba orgulloso de participar en el proyecto y escribir en sus páginas. Cuando viajaba a España, nuestra conversación matutina partía con su pregunta: “¿Qué trae La Jornada hoy, Marcos? Los artículos de La Jornada circulan por América Latina y el resto del planeta, me consta. En este mes se cumplen 40 años de su fundación y no puedo dejar de escribir esta especie de memoria para dejar constancia y dar las gracias su directora, Carmen Lira, y su consejo editorial y de redacción. Son ejemplo en la defensa de la libertad de expresión y prensa. Seguro hay contradicciones, debates y conflictos, pero son un ejemplo de periodismo independiente. En España y me atrevería a decir Europa occidental, en estos momentos de crisis de los valores democráticos, no podré leer, en ningún periódico, las columnas de opinión que leo en La Jornada. Por ejemplo, las del embajador de Rusia, Ucrania, Estados Unidos, Canadá o China. Tampoco, los artículos nada laudatorios sobre Estados Unidos o los gobiernos progresistas de nuestra América, menos aún sobre el genocidio de Israel en Gaza.

Colaboro desde 2001 en la sección de Opinión. Casi un cuarto de siglo, Luis Hernández Navarro se muestra paciente con mis neuras. En este tiempo, nunca y debo decir nunca, he sido censurado. Estoy eternamente agradecido a quienes me invitaron a participar del proyecto. Es un honor escribir en La Jornada. No puedo decir lo mismo de los periódicos en España. En ellos he sufrido la censura de sus editores. Razón por la cual decidí no publicar en España. Pero eso es otra historia. ¡Larga vida a La Jornada!

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