A juzgar por las noticias que llegan de los campos de batalla en Ucrania, se pueden hacer dos lecturas diametralmente opuestas, dependiendo del grado de optimismo o pesimismo que tenga cada analista, al margen de si asume de entrada una posición favorable a Moscú o a Kiev.
Para los primeros, es digno de destacar estos días que el ejército ruso sigue avanzando en la región de Donietsk y Lugansk, antes de que las lluvias de esta época del año vuelvan un lodazal el terreno, y celebran que, prácticamente cada día, el ministerio de Defensa de este país, la única instancia autorizada por el Kremlin para dar información oficial sobre su “operación militar especial”, reporta la “liberación” de una nueva localidad que estaba bajo control de Ucrania. La más reciente, Selidovo, muy conocida por aparecer en los reportes castrenses de las semanas recientes y poco nombrada ahora, más bien lo que quedó de ella conforme a las imágenes que circulan en redes.
Afirman que la “defensa ucrania del frente se está desmoronando”, tesis que curiosamente esgrimen también desde algunos sectores contrarios a la invasión rusa pero que son críticos con las decisiones de Kiev, como la de seguir empeñados en mantener su presencia militar en la región rusa de Kursk, donde se libran intensos combates.
Están convencidos de que la lista de posibles conquistas, hasta que las inclemencias del clima lo permitan, seguirá creciendo con Chasiv Yar, Kurajovo y otras localidades, desperdigadas frente a las decenas de kilómetros de campo abierto que hay que pasar para llegar a la aglomeración urbana de Kramatorsk y Sloviansk.
Para los segundos, Kiev pierde territorio, pero los soldados ucranios no deponen las armas ni salen corriendo, en tanto los avances de que informa Moscú –según los mapas elaborados con base en las imágenes satelitales disponibles– tienen una trayectoria desde el norte o el sur de las zonas de combates más intensos o se producen en alguno de los flancos de los sitios más mencionados en los partes de guerra de los militares rusos y ucranios.
Sostienen que esas plazas que eran baluartes, más tarde que temprano, cuando ya quedan reducidas a ruinas y pierden su valor estratégico, previo a que se cierre el eventual cerco ruso, son abandonadas por las tropas ucranias, que se repliegan a un lugar fortificado y mejor preparado para resistir nuevos embates y causar más bajas al enemigo.
Es cierto, reconocen, que el ejército ucranio necesita más armamento y efectivos, pero aseguran que aún tiene en la reserva cerca de 130 mil soldados que, en caso de urgencia, pueden ser desplegados en cualquier sector del frente.
Los observadores imparciales podrían aportar a ese debate que, independientemente de quien pudiera tener más razón, llama la atención que, después de haber sido señalados como objetivo prioritario, en algunos casos desde hace meses, las unidades rusas siguen sin poder acercarse a Pokrovsk, sin hablar ya de que la línea del frente de combates tiene una extensión de mil 200 kilómetros, donde ya hace mucho no se registran variaciones significativas.
Al mismo tiempo, rusos y ucranios –expectantes de qué vientos van a soplar desde Washington a partir del siguiente martes 5 de noviembre– continúan intercambiando golpes masivos con drones y misiles, conscientes de que hasta mediados de enero, cuando tentativamente debe solidificarse la nieve, no cabe esperar ninguna ofensiva más o menos importante ni de unos ni de otros.