Se dice que toda cita con el destino se paga tarde o temprano y Fito Páez, uno de los grandes íconos del rock en español, concretó anoche su deuda con la Ciudad de México, 134 días después de que pospuso la presentación que tenía programada el pasado 7 de septiembre en el Zócalo a causa de un accidente doméstico que, según dijo en aquel entonces, le costó cinco costillas rotas.

Allí, en ese que se ha convertido en uno de los escenarios musicales más grandes del planeta, estaba por fin el cantante originario de Rosario, ante el paroxismo generalizado de una multitud que aguardó pacientemente cuatro meses y dos semanas esta presentación y que de principio a fin lo arropó y le celebró hasta lo mínimo, con alaridos, porras, gritos al por mayor de Te amo, Fito, sin importar si emanaban de una garganta femenina o masculina.

Oe oe oe, Fito, Fito se convirtió en un cántico, una alabanza laica común y recurrente entre las más de 80 mil personas que, de acuerdo con información del Gobierno de la Ciudad de México, asistieron a esta cita musical con la historia, la primera de este 2025 y una de las más memorables.

Fue así como, durante poco más de hora y media, una ciudad de alegres corazones se rindió ante el cantante, compositor, escritor y cineasta sudamericano, y ese efluvio emocional de subibaja que yace en sus canciones.

Había expectación por el repertorio que el astro sudamericano interpretaría esta noche, toda vez que no se hizo público nada al respecto. Se especulaba que tendría como base el que conforma su espectáculo Páez 40-30, con el cual celebra cuatro décadas de su álbum debut, Del 63, y tres del titulado Circo Beat.

Pero también se decía que podría ser el de la gira El amor después del amor Tour 2024, al tratarse de esa presentación que dejó pendiente en tierras mexicanas el último cuatrimestre del año pasado.

La incógnita se despejó en cuanto Fito apareció sobre el escenario, emergiendo de la oscuridad a una tenue atmósfera de luz roja que hacía juego con su vestimenta y que apenas permitía advertir su silueta.

Sonaron, pues, los primeros acordes de la rola inaugural de la noche y quedó claro que el camino a seguir sería el de El amor después del amor.

Gurú musical de diversas generaciones, el rosarino se reveló como un artista más maduro, más introspectivo e íntimo, ya no ese alocado intérprete de espigada figura y melena alborotada que derrochaba estamina pura en sus actuaciones hace algunos ayeres.

Ahora es una energía más interna, acaso más espiritual, que, sin embargo, logra una conexión inmediata y muy próxima, hasta orgánica y de gran intensidad, con la audiencia.

El amor después de amor fue entonces la primera de las 14 canciones del programa, ofrendada por un Fito visiblemente conmovido por esa electrizante magia que atestiguaban sus ojos y era invocada por su música.

Un simbólico pacto de sangre quedó establecido desde ese momento, cuando las decenas de miles de gargantas se unieron a él en un coro espontáneo para rendir un homenaje cantado al más bello de los sentimientos: Nadie puede, y nadie debe, vivir, vivir sin amor.

La línea amorosa y buena onda de la creación paezciana se mantuvo en el segundo tema, Dos días en la vida, para cuya interpretación el cantante se sentó al piano mientras en las dos pantallas colocadas en ambos flancos del escenario se proyectaban tomas áreas de esa enorme masa humana que casi llenaba la plancha del Zócalo.

Montaña rusa emocional

Los cuerpos de los allí reunidos, sin importar edad, condición ni estado físico, se contoneaban rítmicamente, acaso hasta sin querer, con los sonrientes acordes y riffs al piano, secundados por unos diáfanos metales que deslumbraban los oídos por su brillantez sonora.

A partir de la tercera canción, Tráfico por Katmandú, comenzó ese juego de sube y baja, esa montaña rusa musical y emocional que caracteriza la escritura del artista argentino, con su sonoridad poderosa y ánimo desbordante.

¿Qué tal? ¿Están alocadísimos? ¡Qué hermosura!, vamos a cantar. Guardemos energía, que la vamos a necesitar, dijo Fito en uno de los escasos comentarios que dirigió a la audiencia a lo largo del concierto. Quedó demostrado que no necesita de grandes peroratas ni discursos ni pronunciamientos políticos o sociales para llegar y hacerse entender.

Otros momentos fueron cuando agradeció la asistencia del público al concierto, o cuando dedicó Dar es dar a su madre putativa mexicana, Elsa Kahlo, que tantas noches me abrigó en esta ciudad; o cuando solicitó a la concurrencia encender la pantalla de sus celulares para alumbrar el cielo y acompañar su tema Brillante sobre el mic, convirtiendo la explanada capitalina en un bello paisaje sideral.

Y siguió así ese disfrutable y sinuoso trajín musical, con rolas muy adentradas en el ánimo y el gusto del público latinoamericano de diversas generaciones: Yo vengo a ofrecer mi corazón11 y 6Un vestido y un amorTumbas de gloriaAl lado del caminoCirco Beat y Ciudad de pobres corazones, todas éstas dentro del programa regular.

Fuera de éste, ante la insistencia de la multitud, obsequió tres temas más: Dar es darMariposa tecknicolor y Dale alegría. Todas éstas coreadas a pulmón abierto, desgarradamente por los allí presentes, que seguían cantando y exigiendo más a Fito cuando éste salió del escenario para no volver, no sin antes desear un buen año, salud, dinero y amor, además de un mejor porvenir.

Y así, entre una vistosa lluvia de papelitos multicolores, concluyó esta noche del amor después del amor en esta ciudad de alegres corazones. Un épico capítulo más de la historia musical del corazón chilango.

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