Con motivo del 124 aniversario del Palacio de Lecumberri (29 de septiembre de 1900), se presenta la exposición virtual Miradas del encierro: Vida y arte desde las rejas, la cual hace un registro de los personajes más icónicos que pasaron por ahí, incluidos presos políticos que fueron motores de cambio, así como del arte carcelario que plasmó lo que ahí se vivía.

En entrevista con La Jornada, Virginia Soriano (Ciudad de México, 1983), subdirectora de comunicación del repositorio digital Memórica, México Haz Memoria, explicó que la muestra está compuesta por cuatro salas: la primera, Un vistazo al interior, rememora la inauguración de la prisión preventiva número uno, y con fotografías explora la arquitectura e interiores del proyecto de Porfirio Díaz.

La siguiente, Personajes, es “una revisión de algunas de las personas más icónicas que pasaron por el Palacio Negro a lo largo de sus 76 años, como la primera narcotraficante, Lola La Chata, quien sufrió violaciones y extorsiones en la cárcel, pero también ejerció poder sobre los policías, ya que había cierto contubernio para que ella continuara delinquiendo en prisión.

“También están Goyo Cárdenas, condenado por asesinar a cuatro mujeres; el escritor William Burroughs, quien mató accidentalmente a su mujer al colocar una manzana en su cabeza mientras practicaban tiro con arco, y el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, entre otros”, detalló la entrevistada.

La tercera sala hace referencia a los presos políticos que “fueron muy importantes, no sólo porque reflejaban los momentos álgidos de la sociedad, sino porque dentro fueron actores de cambio, y después denunciaron las violaciones a los derechos que se consumaban en Lecumberri. Entre ellos, el pintor mexicano David Alfaro Siqueiros, el luchador social Valentín Campa y el activista Demetrio Vallejo, así como los estudiantes del movimiento del 68.

“Todavía se conservan algunas piezas: Siqueiros hizo unos biombos para las obras de teatro que hacían los presos en los programas de rehabilitación social. También está la pintura La piedad en el desierto de Manuel Rodríguez Lozano, que fue rescatada cuando se derrumbó la cárcel y luego llevada al Palacio de Bellas Artes; fue creada en la sala de visita de los presos.

“La obra muestra a una mujer indígena que representa a la icónica madonna, abrazando a un preso que está prácticamente desmayado, la cara de la madre, totalmente desesperada y con desaliento, pero, al final, acogiendo a su hijo. Da un mensaje de esperanza a los familiares y a los presos que se reunían ahí.”

Soriano explicó que “Rodríguez Lozano fue acusado por robo de obras de arte en la Academia de Pintura de Bellas Artes, donde fue director; sin embargo, fue un montaje de sus enemigos por su filiación y preferencias sexuales. En la cárcel, las crujías se dividían por letras para clasificar los delitos; cuando identificaban a homosexuales, eran llevados a la crujía jota, de ahí el apodo despectivo. No era un crimen ser gay, pero sí era tipificado como alteración del orden público o faltas a la moral. Se dice que el compositor y cantante Juan Gabriel estuvo allí”.

En la cuarta sala, Arte carcelario, están las obras de los presos que no eran famosos, pero que plasmaron sus problemas mediante poesía, grafiti, collage, pintura acrílica, en las que representan “imágenes que van de lo religioso y lo sicodélico, a desnudos y decoración de sus celdas. Es una manera de reflejarnos lo que enfrentaban. Hay cuadros de mucha violencia, sexual y física; piezas muy surrealistas, que nos permiten conocer la sique, los sueños, las ambiciones de estas personas que estuvieron presas en Lecumberri”.

Un mural de 20 presos

La también encargada de la revisión del archivo comentó que “en 1977, cuando se demolió parte del inmueble, historiadores como María Teresa Franco, primera directora del Archivo General de la Nación, pidieron a la Secretaría de Gobernación recuperar el edificio. En ese momento, el fotógrafo Arturo Córdova Tovar capturó la obra de estos presidiarios.

“Atrapó toda esta expresión artística que encontró en las celdas desde una visión humana y estética, tratando de comprender cómo se apropiaron del espacio, el tiempo y, hasta cierto punto, de disfrutar la poca libertad que conservaban. Ejemplo de ello es el mural de la sala de actos, donde 20 presos pintan la historia de México en tres episodios: la Conquista, la Colonia y la Independencia”, refirió.

Para Soriano, esta parte de la muestra es la más relevante, ya que antes “no se pensaba en una reinserción social de los presos; más bien era como quitar a esas ‘escorias de la sociedad’ y que nadie las viera, ocultarlas. Ahora, el propósito del edificio es hacerlo visible y construir esa memoria de nuestro país.”

La curadora Karla Baltazar hizo la investigación sobre la producción artística del encierro e integró algunos textos en la exposición como el de Erving Goffman: “El grafiti carcelario no sólo representa la apropiación del espacio, sino que permite al reo recuperar el control sobre el transcurso del tiempo y la memoria”. Esto se vuelve fundamental en el entorno de la cárcel, donde se “expolia el tiempo”, porque “los días son increíblemente cortos, basta un descuido como levantarse tarde o alargar los cafés para que el día se pase en blanco”.

Miradas del encierro: Vida y arte desde las rejas está integrada por 50 recursos provenientes de acervos como el Museo Archivo de la Fotografía, la Mediateca del Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Archivo M68 y el General de la Nación. Se puede ver en https://memoricamexico.gob.mx/es/memorica/Lecumberri_Miradas_del_encierro.

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