Son las 20:10 horas. Tercera llamada, comenzamos
. El teatro Esperanza Iris no está completo, pero el público se hace escuchar, vestido de negro, igual que John Cale y su grupo. Hay bastante ropa formal en la audiencia. Entre los atuendos y el marco imponente del recinto inaugurado en 1918, el cuadro general podría ser de un casamiento masivo, excepto que otra porción de asistentes ha sacado sus más preciadas camisetas de rock.
En una breve actuación de una hora y 15 minutos, respaldado por un sólido conjunto de guitarra, bajo y batería, Cale tomó el centro del escenario con su teclado rojo marca Nord. Estuvo centrado en presentar su último disco, de este año, POPtical Illusion.
¿Qué significa un buen grupo que respalde a un músico como Cale? Todo debe regirse por una economía de recursos. El guitarrista debe poder hilar acordes disonantes y unir partes aparentemente disímiles; la batería y el bajo pueden tener groove, pero nunca excederse hasta un solo y siempre manteniendo el ritmo. También deben poder mostrar arriba del escenario algo de personalidad propia que los aleje de la mezquindad del músico contratado para repetirse.
Escuchar en vivo POPtical Illusion es toparse con un Cale que tuvo una epifanía con el hip-hop ya en este milenio. No pretende sonar a los raperos que lo deslumbraron, como Tyler The Creator, sino tomar algo de la forma en que este género concibe a la música, agarrando fragmentos de canciones y reordenándolos en su propio beneficio. De sus temas nuevos destacaron How We See The Light y Sharks; en esta última canción tomó su guitarra eléctrica.
Invocaciones
Cale también presentó una versión musicalizada del poema de su compatriota Dylan Thomas Do Not Go Gentle Into That Good Night
, que el compositor galés grabó en 1989, cuya traducción dice:
“No entres dócilmente en esa buena noche,
“que al final del día debería la vejez arder y delirar;
“enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
“Aunque los sabios entienden al final que la oscuridad es lo correcto,
“como a su verbo ningún rayo ha confiado vigor,
no entran dócilmente en esa buena noche.
El efecto de un John Cale ya mayor cantando este texto en vivo es muy diferente a escucharlo en un disco, ya que sobrevivió a su propio mito, y uno podría decir que Thomas, cuya última frase antes de morir fue He tomado 18 whiskys, creo que es una buena medida
, no lo hizo. El mito de Cale es el de su historia en The Velvet Underground, con quienes grabó sólo dos discos, cantidad suficiente para alterar el camino de la música moderna. Cale invoca a Lou Reed, pero no en su tono de voz, pues no pretende imitarlo; lo hace conjurando ese fraseo, esa forma de escupir las palabras en algún pasaje de su presentación.
A pesar de haber escapado de su propio estatus totémico, Cale toca una de sus canciones más notables junto con The Velvet Underground, I’m Waiting For The Man, relato crudo y directo de un joven que atraviesa Nueva York en busca de su dealer. Por supuesto, no es una versión fiel a la original; Cale siempre la modificó, así como cambió en gran parte el primer disco de The Velvet cuando se hizo un concierto en París, por el 50 aniversario del elepé. Durante la canción, los acomodadores del teatro se hacen señas de un extremo a otro. Alguien reclama que ocuparon su asiento, nada raro en un concierto, pero el peculiar lenguaje mudo que manejan parece incorporarse a las visuales, entre collages y videoclips que se proyectan en la pantalla.
Para el final del breve concierto, Cale y su grupo tocan una versión deconstruida de Heartbreak Hotel, de Elvis Presley, número fijo en su lista de temas cuya inspiración ha sido materia de discusiones: hay quienes dicen que está basada en un artículo del Miami Herald sobre un amante despechado y suicida; otros, que se trata de la autobiografía de un pintor y delincuente, que incluyó la frase Aquí estuvo un hombre que caminó una calle solitaria
.
El Caribe desde Canterbury
Elvis Presley y Dylan Thomas son iguales bajo el filtro de Cale, tratados con la misma seriedad: es probable que el tándem compositivo de Reed y Cale haya dado con este hallazgo antes de que cualquier teórico pop o periodista especializado. Es el mismo tratamiento que aplicaron a su música cuando mezclaron la experimentación atonal con la fuerza del rocanrol que marcó sus adolescencias. Existe una especie de cautela en la forma en que Cale trata a sus influencias; por ejemplo, cuando son ritmos cercanos a la música funk nunca son una copia de James Brown o de George Clinton y su Parliament Funkadelic, o cuando se acerca a un ritmo caribeño no va en la búsqueda de emularlo tal cual fue concebido, sino que por momentos parece un ritmo caribeño imaginado desde Canterbury.
Cale desafía la frase hecha que dice que la imitación es la mejor forma de halago. Si Bowie, fan destacado de Velvet, era camaleónico respecto de sus influencias e intereses, Cale es un pupilo respetuoso de sus propios gustos.
Pasadas las 9 de la noche, John Cale y su grupo abandonan el escenario. A pesar de la insistencia del público, que reclama de pie uno o más bises, ya no regresan. Afuera, enfrente de la fachada del teatro se venden algunas playeras y también está El Awifi, el skater biólogo, integrante del mítico combo local Teporingos Bubónicos. El Awifi, quien alguna vez detuvo la caída de Vicente Fox de una patineta más por humanismo que por empatía política, está vendiendo algunos de los muchos cedés de su grupo, aunque se distrae tocando un bajo Vox Phantom desenchufado y expuesto a la fina llovizna, mismo instrumento que Cale empuña en el disco White Light/ White Heat. Al final me pregunta: ¿Cómo lo viste? ¿Estaba muy serio o no?