Santiago. No sería extraño que en Chile esté incubándose otro estallido social, tal cual ocurrió en octubre de 2019; a fin de cuentas, aquello que lo precipitó –las denuncias de las desigualdades, del abuso y del hastío– sigue meridianamente igual a la vuelta de cinco años, además de que tampoco hay certezas por la experiencia negativa que dejaron dos fallidos procesos constitucionales.

Se mantiene el malestar generalizado contra el orden social, la pérdida de legitimidad de las instituciones y de la clase política; la ruptura entre lo político y lo social, la sensación de injusticia y de abuso; mientras las condiciones económicas se han precarizado por efecto de la pandemia, describe el sociólogo chileno Manuel Antonio Garretón, premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2007, en entrevista con La Jornada, a propósito del lustro ido.

Pero hay tres cosas, dice, que de momento lo hacen improbable, la primera: un gobierno de izquierda en el poder, pues los de derecha se identifican mucho más con este mundo que se rechaza; la segunda: que el mundo popular es más frágil después de la pandemia, está afectado por los temas de inseguridad; cuando tienes miedo no vas a movilizaciones en las que la incertidumbre es grande; la tercera: hay un aprendizaje de que no se resolvieron los problemas que provocaron el estallido.

Respecto a la crisis, menciona que fue la movilización más grande en la historia de Chile, con una particularidad: ni los partidos tuvieron un rol central en ella,cosa que es enteramente distinta a la tradición chilena en que prácticamente no había protesta social sin presencia de partidos, y no hubo un referente organizador.

Recuerda que, antes del estallido, las élites gobernantes de derecha, todas vinculadas con la dictadura militar y con el orden neoliberal, aparecen despreciando y desconociendo las necesidades de la gente, lo cual aumenta la indignación.

Las élites políticas

Para Garretón, el fracaso de sendos intentos constituyentes son otra expresión de rechazo a quienes se erigen o son percibidos como élites políticas. Ello habla de que se ha perdido la relación clásica de imbricación entre el mundo social y la política, o los movimientos sociales y los partidos, y aparece una relación intermitente entre política y una ciudadanía convertida en movimientos sociales y multitudes.

El desenlace fue que “aquello que deciden los movimientos sociales elegidos por la ciudadanía para ser los constituyentes, es rechazado por esa misma ciudadanía y el mundo social se divide en múltiples clivajes presentes en las demandas. A muchos no les gustaba el estallido –aunque alcanza una aprobación de 80 por ciento, éste es por rechazo a la política–, pero ese actor social percibe que la nueva élite ya no son los partidos políticos, sino que está integrada por un mundo transformado desde las calles a estar directamente en la decisión política, lo cual rechaza.

“Hay una paradoja: si no ocurría la presencia masiva del mundo del estallido en la Convención Constitucional, habríamos seguido con estallido porque una Constitución hecha por la política habría tenido total ilegitimidad.

El proceso no fue capaz de lograrlo, y eso es responsabilidad de la clase política y de la ruptura entre movimientos sociales y ciudadanía; además, la derecha, desde el primer momento, como siempre que hay procesos de transformación significativos en Chile, opta por la decisión más extrema: no está dispuesta a aceptar ningún cambio.

–¿Cómo queda el país?

–El rechazo consagra la ruptura entre política y sociedad. Podemos hablar de una sociedad de múltiples clivajes, que no ha definido cuál es el principal; una sociedad descuajeringada o desvertebrada o estallada, sin proyectos colectivos y sin proceso.

–¿No será que, a final de cuentas, como construcción de sociedad ganaron el pinochetismo y el neoliberalismo?

–Sin duda tenemos falta de horizonte o de proyecto de transformación, de superación del orden neoliberal y de la división entre política y sociedad. En esto tiene que ver el modelo neoliberal de estructuración de la sociedad. Hubo una época en la que las subjetividades eran fundamentales, la felicidad personal estaba ligada a algún proyecto colectivo. La gente independiente no era más de 10 a 15 por ciento de la población. Chile era de los países con mayor estructuración de la sociedad por conducto de los partidos políticos. Hoy es de las naciones con más alto nivel de rechazo a los partidos políticos.

–¿Qué reflexión cabe en torno a la izquierda?

–En la Convención, no era la izquierda la que dominaba, sino que eran movimientos sociales, los cuales rechazaban la conducción política de cualquier sector, incluida la izquierda. Entonces, para la izquierda, la única manera de ser mayoría fue seguir y apoyar todo lo que dijera el movimiento social, y se hundió con él en la votación. Ahora, el desafío de la izquierda es elaborar un proyecto, no para hacer una coalición con un centro que no existe, sino para hablarle al mundo que se identificaba con el centro.

El problema es: cómo construyes un proyecto con las distintas fuerzas políticas que sea capaz de convocar al mundo de izquierda y también del centro, que ya no lo representa el centro porque no existe el centro. Por otra parte, tienes una derecha que no va a abandonar su proyecto, no va a ceder nada básicamente, salvo en momentos en los que se ve acorralada por circunstancias específicas, como era el estallido, y ahí empieza a sacar a los militares y a declarar la guerra. La derecha no va a ceder nada porque hacerlo es reconocer que el golpe de Estado hizo un proyecto que ya no es válido.

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