José Orlando Regalado Alonso era conocido en las arenas como Rey Destroyer. En una lucha contra Black Spider Jr, el 2 de marzo en Monterrey, el regiomontano falleció a los 22 años tras una caída que le ocasionó un severo daño cerebral. Durante los 10 días que estuvo internado, luchadores como LA Park, Silver Star y Latin Lover recaudaron fondos para ayudar a su familia, debido a que había problemas para el pago de la atención médica. Esa fue la más reciente muerte que tuvo que lamentar este deporte. Si no era el cansancio o el dolor, lo único que podía detener al gladiador enmascarado era una lesión fulminante. Su modo de vida estaba relacionado con el riesgo.

El caso de Rey Destroyer reve-la el modo de vida que suele existir en los gimnasios. Algunos entrenan con las rodillas desgastadas, corren con la resaca física que dejan años dedicados a la lucha libre. Son pocos los que pueden vivir de sus golpes. Muchas veces decimos que nos gustaría morir arriba de un ring, pero en realidad todos tenemos miedo de no regresar a casa, afirma Lino Fernando Aguilera, Fresero Jr, personaje independiente que hizo escuela en el Consejo Mundial de Lucha Libre (CMLL) y llegó a las principales plazas del país tras largos viajes en autobús y sin una programación estable.

Como los antiguos héroes del barrio, los luchadores cubren sus gastos personales y deportivos durante sus entrenamientos. Debajo de sus máscaras asoman rostros de comerciantes, torteros, profesores de educación física, abogados, personas bravuconas y malhabladas que se desprenden de su vida habitual para saltar más alto y volar más veces, porque con eso la fama puede tocar a su puerta. Rey Destroyer era dueño de una barbería. Ganó popularidad en Monterrey por hacer aquello que piden los promotores para animar el espectáculo. Transitar sobre el riesgo, llevar al extremo sus acrobacias.

Príncipe Aéreo, Silver King, el gladiador mexicano transgénero Julio Flores, quien personificó a La Chica Yeyé, siguieron la misma ruta antes de su muerte. A veces los doctores nos dicen que ya no podemos luchar, pero si no, ¿qué hacemos? ¿De dónde sacamos dinero? Una pastilla puede quitarte el dolor y probablemente mañana estarás de regreso en el ring. El problema es que tarde o temprano el cuerpo te tumba, sostiene Adolfo Tapia Ibarra, LA Park, gladiador queretano quien inició su carrera en Triple A, después de dormir varias veces en Garibaldi a la espera de una oportunidad.Un refresco y una torta

El hombre de la máscara con forma de esqueleto, personaje icónico de la lucha libre mexicana, afronta sus 58 años con enormes secuelas físicas, pero aún no está dispuesto a retirarse. Si alguien le pregunta cuánto gana un luchador, su primera expresión es una sonrisa irónica, una imagen que responde a su aguda personalidad. En la lucha libre ni siquiera las grandes estrellas ganan millones, responde. Yo trabajaba los domingos en una arena del estado de México y no ha-bía gente. El promotor nos daba una coca y una torta. Si estabas en la lucha estelar, le ponía doble jamón. Este deporte no es bien pagado, mucho menos para los gladiadores del barrio.

A la chilena Stephanie Baker, monarca mundial de mujeres en el CMLL y ahora figura de la WWE, le pagaron 50 pesos en su primera función hace 11 años. Su testimonio no es ninguna sorpresa. El instructor Tony Salazar, gladiador retirado, advierte que los sueldos mejor pagados están en las gran-des arenas como la México y la Coliseo, donde un luchador estelar puede ganar entre 70 y 80 mil pesos, aunque son muy pocos los que llegan. Un atleta debe acreditar un examen para recibir una licencia profesional. Eso incluye una demostración de sus conocimientos en lucha grecorromana y olímpica, trabajo a ras de lona –llaveo y contrallaveo–, tumbling, cuerdas, saltos, la capacidad de interactuar con el público.

Licencia profesional

Una licencia es un requisito legal para participar en funciones de lucha. La convocatoria se realiza dos veces al año y se gradúan unos 50 luchadores. Trabajar sin ella no garantiza que los participantes estén en condiciones adecuadas para competir, además de que maximiza el peligro de sufrir lesiones graves. En el circuito amateur hay luchadores que deciden correr el riesgo por su cuenta. El máximo pago para quien va empezando su carrera es la promoción, figurar en un cartel a cambio de 5 o 10 mil pesos, según lo acordado. Para muchos de ellos, el verdadero castigo es el desdén, que la gente no les silbe ni los abuchee cuando suben al cuadrilátero.

Cuando la gente grita enoja-da y nos insulta hasta se enchina la piel. Eso quiere decir que estás conectando con ellos, que estamos haciéndolo bien, comenta Black Angelo 3G, rudo enmascarado que ha participado en torneos de lucha libre por el barrio. Como otros luchadores, sabe que hay ries-gos mortales en su profesión, decesos en arenas chicas por la irresponsabilidad de un promotor o del propio compañero, al subir bajo los efectos del alcohol o de alguna sustancia tóxica.

Además de resistir el dolor, la mayoría gestiona sus gastos con otros negocios. Una tortería en el centro de la ciudad, un local de venta de artículos oficiales, puestos de arroz y comida afuera de alguna arena. Si el luchador se juega todo en el ring, al terminar valora más la vida.

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