Aunque quienes estaban en las filas de los pasos fronterizos con su cita en la mano del programa CBP One sabían que podía ocurrir, cuando empezaron a recibir en sus celulares el aviso de que estaba cancelado, apenas un par de horas después del juramento de Donald Trump, muchos entraron en shock, algunas mujeres se sentaron en las banquetas, abatidas tapaban su rostro con las manos. Tijuana o Nogales, la tristeza era la misma.

El Chaparral, un ingreso peatonal a Estados Unidos, era usado regularmente para entrar a ese país por quienes tenían una cita vía CBP One, por Tijuana. Todos los días, en tres turnos, se formaban decenas de mexicanos, colombianos, nicaragüenses, venezolanos… este 20 de enero, sólo alcanzaron a entrar los del primer turno. Los de la una de la tarde y ocho de la noche recibieron la notificación de cita cancelada.

El trago era muy amargo. Como platicó Steven Tovar Oliveira, él, sus tres hijos y su esposa llevan nueve meses rodando desde Venezuela, intentando llegar a Estados Unidos. Estoy triste porque hemos pasado mucha hambre y mucha sed… se escuchaban rumores, pero yo todos los días me pongo en manos de Dios. Hoy al abrir la aplicación me sale que las citas programadas ya no son válidas. Pongo todo en manos de Dios.

Cruzaron una selva colombiana, el Darién, Nicaragua, Honduras…, dice, así que se la pensará dos veces antes de volver a Venezuela. Algunos albergues de Tijuana tienen en promedio 90 y 100 personas con cita, informó el pastor Alber Rivera, quien administra Ágape, uno de los 40 espacios manejados por iglesias y organizaciones civiles. Hoy empezaron a ampliarse para dar cobijo a quienes, literalmente, se quedaron en la línea.

Hubo muchos rumores entre las decenas de migrantes que pernoctan en El Chaparral. Algunos recibieron un mensaje de alivio, de esperanza. Aquellas personas cuyas vidas estén en riesgo tendrán la posibilidad de presentarse ante las autoridades migratorias del país vecino en febrero próximo. Pero no fue para todos.

Lo confirmaron el director de atención al migrante del ayuntamiento de Tijuana, Jose Luis Pérez Canchola, y el sacerdote Jack Murphy, director de la Casa del Migrante. Esta última se amplió en 40 camas para ofrecer un lugar dónde quedarse a quienes “les cambiaron su cita del CBP One, que era hoy, al 6 de febrero (…) la única explicación que puedo dar yo es que son personas que corren peligro en sus lugares de origen”, preci-só Canchola.

¿Qué hacer? Se preguntaba Israel, otro migrante venezolano, parado en la garita Dennis DeConcini, en Nogales, Sonora. Después de semanas de espera en un albergue de la ciudad, llegó el día marcado en su cita, tan sólo para descubrir cuando hacía la fila que estaba cancelada sin explicación alguna.

Traemos todo listo, nuestras maletas, nuestros documentos… y ahora nos dicen que no hay forma de avanzar. A Israel lo invade una frustración que se convierte en desesperanza. No sólo se le ha cerrado una puerta, dice, por el momento se le ha cerrado el mundo. Decenas de migrantes como él fueron tomados con los dedos en la puerta, en este caso, en una fila de Arizona.

El desconsuelo y la desazón invaden los albergues y las calles aledañas a los cruces fronterizos del norte de México. Los migrantes se abrazan, secan sus lágrimas. Cada uno tiene una historia de violen-cia o de precariedad económica que contar.

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