Estados Unidos es un país de indudables y amplias fortalezas –tecnológicas, económicas y culturales–; sin embargo, su gobierno está fallando profundamente a sus ciudadanos y al mundo. La victoria de Donald Trump es fácil de entender: fue un voto contra el statu quo. Que Trump pueda remediar, o incluso tratar de remediar, los verdaderos males del país, está por verse.
El rechazo del electorado al statu quo es abrumador. Una encuesta nacional de la NBC, en septiembre de 2024, concluyó que 65 por ciento de los estadunidenses consideran que el país ha equivocado el rumbo, mientras sólo 25 por ciento dijeron que es el rumbo correcto. En marzo de 2024, según Gallup, sólo 33 por ciento de los estadunidenses aprobaron la gestión de Joe Biden en política exterior.
En el centro de la crisis estadunidense está un sistema político que no representa los verdaderos intereses del elector promedio. El sistema político fue secuestrado hace décadas por los dueños del dinero, en especial cuando la Corte Suprema abrió las compuertas a las contribuciones ilimitadas de campaña. Dos grupos se han apropiado del Congreso y de la Casa Blanca: los donadores superricos y los cabilderos monotemáticos.
Muchos (aunque no todos) de los donadores superricos buscan favores especiales del sistema político, favores que ahora serán hechos por el Congreso, la Casa Blanca y las dependencias reguladoras con directivos designados por el nuevo gobierno. Muchos donadores también presionan por nuevos recortes de impuestos al ingreso corporativo y a las ganancias del capital, sin importar su impacto en el déficit federal, que actualmente representa 7 por ciento del PIB, y pese a que el ingreso nacional antes de impuestos se ha alejado enormemente del ingreso del trabajo hacia el ingreso del capital.
Muchos donadores empresariales, agregaría yo, están francamente del lado de la paz y la cooperación con China, como es muy razonable tanto para los negocios como para la humanidad.
Los cabilderos monotemáticos son el segundo grupo que ha capturado el poder. Entre esos cabilderos están el complejo militar-industrial, Wall Street, los consorcios petroleros, la industria de las armas de fuego, los consorcios farmacéuticos y alimentarios, y el lobby sionista. La política estadunidense está bien organizada para servir a esos intereses especiales. Cien millones de dólares en donaciones de campaña por un grupo de cabilderos pueden ganar 100 mil millones de dólares en asignaciones federales y/o recortes de impuestos.
Estos cabilderos de intereses especiales no dependen de la opinión pública ni se preocupan mucho por ella. Los sondeos de opinión muestran que el público quiere control de armas, menores precios de fármacos, poner fin a los rescates en Wall Street, energías renovables, y paz en Ucrania y Medio Oriente. No importa. Los cabilderos se aseguran de que el Congreso y la Casa Blanca brinden fácil acceso a las pistolas y las armas de asalto, precios estratosféricos a los fármacos, apapacho a Wall Street, nuevas perforaciones para gas y petróleo, compras de armas para Ucrania y guerras en respaldo a Israel.
Los dos cabilderos más peligrosos son el complejo industrial militar y el lobby sionista (como se detalla en un brillante libro nuevo del historiador Ilan Pappé). El complejo industrial militar ha llevado a Estados Unidos a guerras desastrosas, operaciones encubiertas de cambio de régimen, sanciones económicas ilegales y a desestabilizadoras revoluciones de colores
en los países de la antigua órbita soviética (dirigidas por la Fundación Nacional para la Democracia).
El lobby sionista ha sido al menos igual de dañino, y quizá más. El lobby sionista ha atizado la serie de guerras de Estados Unidos en Medio Oriente, entre ellas en Irak, Siria, Libia y Sudán.
Mientras la plutocracia estadunidense ha proporcionado guerras de elección para el grupo industrial militar y para Israel, y beneficios fiscales para los ricos, no ha ofrecido ninguna solución real para los trabajadores estadunidenses. Durante el periodo posterior a 1980, la automatización golpeó con gran dureza a los trabajadores industriales, y la clase trabajadora en conjunto se encontró en empleos de menor sueldo. Entre tanto, las ganancias del capital se dispararon: la valuación global del mercado de valores se elevó del equivalente a 55 por ciento del PIB a 200 por ciento actualmente. Además, los crecientes costos de la atención a la salud y las colegiaturas apretaron aún más a la clase trabajadora.
La base de electores de Trump es la clase trabajadora, pero su base de donadores son los superricos y los cabildos. Así pues, ¿qué ocurrirá ahora?
La presunta respuesta de Trump es una guerra comercial con China y la deportación de trabajadores extranjeros indocumentados, combinadas con más recortes de impuestos para los ricos. Sin embargo, estas políticas no lograrán los resultados prometidos a los trabajadores. Los empleos fabriles no regresarán en grandes cantidades de China, porque nunca se fueron a China en grandes cantidades. Tampoco las deportaciones harán mucho por elevar los niveles de vida del promedio de los estadunidenses.
Esto no quiere decir que no existan soluciones reales. Cuatro políticas claves se esconden a plena vista.
La primera es enfrentar al complejo industrial militar. Trump puede poner fin a la guerra en Ucrania diciendo al presidente Vladimir Putin y al mundo que la OTAN nunca se expandirá hacia Ucrania. Puede acabar con el riesgo de una guerra con China dejando claro que Estados Unidos no defenderá a Taiwán si intenta separarse de China.
La segunda es enfrentar al lobby sionista diciendo a Netanyahu que Estados Unidos ya no librará las guerras de Israel y que éste debe aceptar un Estado palestino que viva en paz junto a él. Es el único camino posible hacia la paz.
La tercera es cerrar el déficit presupuestario, en parte recortando gastos superfluos –sobre todo en guerras, cientos de bases militares inútiles en el extranjero, y precios estratosféricos que paga el gobierno por fármacos y atención a la salud– y en parte elevando los ingresos del gobierno.
La cuarta es una política de innovación (es decir, política industrial) para el bien común. El objetivo de esta política debe ser asegurar que las nuevas y emergentes tecnologías de IA y digitales sirvan al bien común, incluyendo a los pobres, la clase trabajadora y el ambiente físico.
Todos estos cuatro pasos están al alcance de Trump y justificarían su triunfo electoral. No contengo el aliento esperando que Trump los adopte. La política estadunidense ha estado muy podrida durante mucho tiempo como para que exista mucho optimismo al respecto; sin embargo, los cuatro pasos son viables, y todos serían de gran beneficio no sólo para los líderes empresariales que respaldaron la campaña de Trump, sino para las decenas de millones de trabajadores enojados cuyos votos pusieron a Trump de nuevo en la Casa Blanca.
* Profesor y director del Centro para el Desarrollo Sustentable en la Universidad Columbia y presidente de la Red de Soluciones de Desarrollo Sustentable de la ONU. www.jeffsachs.org
Publicado originalmente en New World Economy
Traducción: Jorge Anaya