Como agua para chocolate de Laura Esquivel es una novela donde la cocina y la pasión entran en comunión. Quizá por eso el pasado 3 de noviembre se estrenó la serie en HBOMax. “Fue un libro escrito con una estructura dramática sólida, como si fuera a escribir una obra de teatro, o como si fuera a hacer una película” así nos lo dice la autora. Nos cuenta lahistoria de Tita, una joven cuyo destino es quedarse a cuidar a su madre. Inconforme con ello, decide desafiar lo que dicta la tradición para luchar por el amor de su vida: Pedro.
Lo mágico de este libro es cómo las emociones de Tita se mezclan con los ingredientes de los platillos que prepara. Por ejemplo, cuando la joven hace el pastel de bodas de su hermana Rosaura y Pedro, su tristeza es tan poderosa que los invitados corren a patios,corrales y baños anhelando a su verdadero amor. Incluso Nacha, la cocinera de la casa, muere recordando a un antiguo novio. Es así como la cocina se vuelve un gran caldero de bruja que produce platillos, parecidos a posiciones, capaces de transmitir emociones. Afortunadamente en la serie esas transformaciones se ven con imágenes poderosas.
En contraste con Tita, Rosaura es una mujer que desde niña no le importa cocinar, esto provoca que engorde y enferme. Así, la comida se convierte en un veneno al delegar en otros su alimentación. Aún más, Rosaura deja su vida en manos de lo que la sociedad dicta, sin siquiera preguntarse si debería hacer algo o no. Por eso a pesar de tener la posibilidad de casarse, no es feliz. Su falta de determinación le abre paso para que su madre decida por ella.
La serie, como el libro también rompe con el cliché de la figura de la madre como alguien buena y cariñosa. Mamá Elena es una mujer dominante y rígida. “Realmente era difícil sostener la mirada de Mamá Elena, hasta para un capitán. Tenía algo que la atemorizaba. El efecto que provocaba en quienes la recibían era de un temor indescriptible; se sentían encrucijados y sentenciados por faltas cometidas. Caía uno preso de un miedo pueril a la autoridad materna”. La personalidad de mamá Elena busca guardar la tradición, con el fin de mantener las buenas costumbres de aquella época.
En este punto no juzgaría a nadie que sintiera que mamá Elena se parece a la temible Medusa, como diría Jeanine Lino, “una terrible madre quien piensa que el deber es más importante que el amor.” Sin embargo, tratemos de entenderla un poco viajando a su pasado. Hace mucho tiempo, cuando mamá Elena era joven se enamoró profundamente de un mulato con quien nunca pudo casarse porque sus padres así lo decidieron. Recordemos el profundo racismo existió durante aquel tiempo antes de la Revolución, el cual era capaz de mandar a la ruina a cualquier familia.
Si la historia fue ambientada durante los años de la Revolución, es posible preguntarse ¿qué tiene de revolucionaria esta novela? Todo un reto para la serie y para el libro. La respuesta rápida es: la cocina. En este lugar, que para Leonora Carrington y Remedios Varo era un sitio de transformaciones, Tita experimenta una serie de emociones que la llevan a tomar ciertas decisiones que van rompiendo poco a poco con la condena impuesta por la tradición.
Al principio Tita no sabe cuál es su destino y ella cocina tranquilamente, hasta que conoce a Pedro y su madre le revela que no puede casarse, más adelante se deja llevar por la atracción hacia Pedro, quien la decepciona al momento en el que este contrae nupcias con su hermana, en algún punto se desenamora de Pedro y decide casarse con John, para finalmente morir a lado de su amado durante un incendio.
Hechos más, hechos menos todos están narrados mientras se escribe una receta y esperamos consigne la serie. Puede hacerlo pues la novela es una rica surtidora de imágenes. La cocina se vuelve un espacio de deconstrucción. Tenía razón Sor Juana cuando escribió “Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más habría escrito.”
Además de esto, la comida de Tita cambia a quienes alimenta, al trasmitir sus pasiones a los otros, ella los hace experimentar el mundo a través de sus ojos. Y eso los transforma. Quizá el momento más gráfico de esto ocurre cuando Tita sirve las codornices en pétalos de rosas. “En cambio a Gertrudis algo raro le pasó…Empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría al ir sentada a lomo de caballo, abrazada por un villista, uno de esos que había visto una semana antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a amaneceres de peligro e incertidumbre, a vida y a muerte”. Aunque sería fantástico referirse a todo este episodio que se encuentra en la serie, el espacio no nos lo permite. Pero es necesario agregar lo siguiente, luego de esta emocionante descripción, al final del capítulo Gertrudis sí huye de la casa. Un
acierto de la serie es precisamente que las recetas de Tita provocan una respuesta inmediata en aquellos dispuestos a dejarse llevar por sus emociones.
Aprendí a escribir con la sopa de letras. Mientras mi mamá preparaba el recaudo con jitomate, cebolla y ajo, me decía: “Carito, escribe ferrocarril”. Yo tomaba aquellas diminutas letras y buscaba letra por letra hasta formar una palabra. A veces confundía la “C” con la “G”, otras veces olvidaba que algunas palabras llevaban doble “r”. Y aunque han pasado años de esto, cada vez que como sopa de letras recuerdo la mesa de madera donde escribía los dictados de mi mamá. Y en más de una ocasión he escrito algunos de mis trabajos y artículos en la cocina, tal vez Sor Juana tenía razón.
No dudo que la serie sea un éxito porque Laura Esquivel, como ella misma dice dio “voz a muchas mujeres a las que nunca nadie reconoció su trabajo, que pasan la vida cocinando para los demás, dándose a los demás y nadie voltea siquiera a verlas”. La serie se grabó en dos haciendas de Tlaxcala construidas en el siglo XVII y en la Ciudad de México. Salma Hayek es una de las productoras ejecutivas. Y algunos de los actores que aparecen son: Azul Guaita como Tita, Irene Azuela como mamá Elena, Andrés Baida como Pedro, Ana Valeria Becerril como Rosaura, Ángeles Cruz como Nacha y Andrea Chaparro como Gertrudis. Además de esta serie hubo otras adaptaciones como película en 1992 dirigida por Alfonso Arau y se estrenó como ballet en Nueva York en 2023.