En una pequeña arena de la ciudad de El Alto, Bolivia, dos mujeres con trenzas hasta la cintura, enaguas, zapatos, polleras y sombrero, suben al ring por una calle empinada mientras el público se arremolina alrededor de sus asientos. ¡Benita, Benita!, gritan varios hombres al comenzar la función. La ruda Benita La Intocable y María José Simonini intercambian llaves y castigos en lo que parece una coreografía de la que el réferi forma parte. Reciben poco dinero, pero es mucho el orgullo que pregonan.

Las primeras cholitas se presentaron aquí en La Paz, en el multifuncional Ceja de El Alto, hace por lo menos 22 años. En todo este tiempo hemos demostrado que las mujeres indígenas con pollera y sombrero, que es nuestra forma de honrar a la chola paceña, pueden hacer en la lucha libre las mismas cosas que cualquier gladiador, dice a La Jornada Benita La Intocable, empleada pública, ruda y con una historia familiar ligada a los cuadriláteros. Mis hermanos y mi papá fueron luchadores. Con ellos aprendí a diferenciar la vida entre el bien y el mal.

Las personas que asisten a una función de las Cholitas Luchadoras (Cholitas Wrestling) –concepto que es imagen del empoderamiento de la mujer indígena en Bolivia– comparten rituales como pasar de mano en mano un vaso de cerveza Paceña. Es de mala educación devolver el trago. Ellas aseguran que la lucha es real, que utilizan malas palabras, se enojan y tienen lesiones por todos lados. En el ring sólo nos cuidamos las rodillas, no tenemos otra protección, explica María José Simonini, estudiante de 22 años en la carrera de educación física y descendiente de Benjamín Kid Simonini, uno de los gladiadores legendarios en el país.

Se necesita mucho valor para hacer una buena lucha. No tenemos seguro médico. Hemos sufrido fracturas de tobillos y de clavícula, que son gastos que cubre el promotor dependiendo del contrato que firmemos. Nos gustaría recibir el apoyo de las autoridades. A veces la gente ve este deporte como algo irreal, pero las caídas y los golpes son reales, mucho más los sillazos que a una le toca recibir, agrega mientras una ligera llovizna del impredecible clima de La Paz comienza a mezclarse con la conversación. Actualmente somos más de 20 cholitas. Sólo Nelly La Pankarita usa máscara.

Trajes típicos, costos altos

A un costado del gran escenario, una serie de edificios con curiosas formas exponen elementos de la cultura andina. Son lo que muchos llaman ‘cholets’, construcciones temáticas que son ícono de la arquitectura en El Alto, a 4 mil 150 metros sobre el nivel del mar. Allí suele continuar la fiesta cuando cae la noche. Luchamos dos veces por semana, los jueves y domingos, explica Benita La Intocable. En los cholets vemos mucha gente del extranjero, personas que se sorprenden de que subamos al ring con zapatillas. No nos duran mucho. A los tres o seis meses las tenemos que cambiar, porque se rompen al igual que la ropa.

Cada falda festiva de las mujeres aymaras llega a costar entre 300 y 500 dólares (9 mil 700 pesos). La diferencia está en la cantidad de pliegues de tela, el largo y el estilo. Las cholitas empezaron a utilizarlas en la época de la Colonia. Luego le sumaron pañuelos, joyas, zapatos y sombreros tipo bombín, que el ejército de Bolivia trajo desde Italia. Era un poco difícil al principio luchar con las enaguas y todo, pero nos fuimos acostumbrando. Venía sólo gente paceña y de El Alto, y ahora las redes sociales nos han ayudado a llevar nuestra cultura a otros países, afirma Juanita La Cariñosa, comerciante, mamá y una de las creadoras de las Cholitas Luchadoras.

La gente nos reconoce en la calle. Hemos salido a luchar a Colombia, Chile, Brasil, Argentina y Ecuador. Nos va mejor ahí, porque nos pagan hasta 100 dólares por lucha (mil 938 pesos). En El Alto ganamos unos 400 pesos bolivianos (mil 120 pesos). Nos hace mucha ilusión visitar México. Estamos en esas gestiones, pero aún no se ha concretado. Los promotores son quienes llevan los videos de todo lo que hacemos y, de acuerdo con eso, firmamos un contrato.

La voz dulce de Juanita La Cariñosa contrasta con la rudeza que muestra en el ring. No tuvo otra opción que entrar a la lucha desde que tenía 17 años. La primera vez me dieron hasta para llevar, recuerda sobre el día que enfrentó a La Guerrillera, una gladiadora veterana que usaba malla y botas. Detrás de ella aparece María José Simonini, a quien le causa curiosidad que la videollamada sea desde México. Es la cuna de la lucha libre, enfatiza; muchas veces vemos videos de Místico, Faby Apache, Lady Shani, Zeuxis y Stephanie Baker. Nos inspiran las cosas que hacen.

Las Cholitas Luchadoras entrenan tres días por semana con ayuda de Kid Simonini, quien en los años 90 hizo el papel de rudo, malo y sanguinario. En esta quinta generación, hay mujeres indígenas que fueron parte del público y luego se animaron a subir al ring. Ellas venían a vernos luchar, eran seguidoras de otras cholitas y ahora están en la nueva generación, cuenta Benita La Intocable. Rosita Chonchoncita es la más joven de todas, tiene 17 años. Lo más difícil a esa edad es alejarse de la familia, pero somos buenas para todo. Para volar, para caer y para representar con orgullo a la chola paceña.

En las gradas donde se ubica la gente, los turistas son los que más arengan y a quienes las gladiadoras buscan antes de saludar al réferi. Su cabello está repartido en dos largas trenzas. Llevan joyas, blusa ajustada, manta con flecos, enaguas, sombrero bombín, zapatos planos y pollera. Esta última es la pieza definitiva, un elemento que han convertido en una seña de identidad y valor contra aquellos que las discriminan. Quizá pocos en El Alto lo digan en voz alta, pero la palabra chola se ha empleado con desprecio en diferentes contextos sociales.

Algunos creen que por ser mujeres con pollera no tenemos fuerza, pero están muy equivocados, sostiene María José Simonini y pone como ejemplo las diferentes hazañas que las cholitas bolivianas han conseguido al escalar montañas, correr en bicicleta o practicar el skateboarding. La mujer sí puede. ¿Quién no ha luchado por algo en esta vida? Nada nos lo impide. Nos llevamos moretones, malas caídas, lesiones, pero aprendimos a defendernos.

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