El oficio se impuso al ímpetu, así como la experiencia sobre la voluntad. Con la eficacia que da el recorrido, Saúl Canelo Álvarez derrotó por decisión unánime a Jaime Munguía, quien marchaba invicto, en un combate que buscó estar a la altura de las grandes batallas de boxeo entre mexicanos en Estados Unidos. El tapatío continúa como campeón indiscutido de los supermedianos y conserva los cuatro cinturones de los principales organismos que lo avalan.

En la T-Mobile Arena de Las Vegas, a los 33 años, Canelo no sólo demostró que tiene más oficio, sino también mejor noción del tiempo y de la oportunidad en el pugilismo. Cuenta con la suficiente experiencia para desarrollar estrategias de contrataque y una mandíbula que soporta el embate de un joven de Tijuana que tiene 27 años y 1.83 centímetros de estatura.

La premisa de que no siempre gana el que tira más golpes, sino el que pega mejor fue confirmada por el monarca indiscutido, quien soportó a veces con estoicismo las andanadas del joven fronterizo. Álvarez parecía encerrado en su armadura de músculos y con su guardia impenetrable, amurallado por su excelente movimiento de cintura y cabeza. Hasta la experticia de un contragolpeador de cepa.

El oriundo de Guadalajara hace combustión un poco tarde. Lo ha dicho en varias ocasiones. Es parte de su naturaleza. Mientras algunos peleadores tratan de meterse al combate desde el primer episodio, él calienta los motores antes de estar en plenitud de la batalla. Primero degusta el peligro del oponente y calcula el poder de la pegada contraria. Hasta que en el cuarto o quinto asalto se desdobla en una versión más resuelta, más ofensiva, y así ha sido siempre.

Hay de golpes a golpes

No es lo mismo la andanada de disparos con los que el joven Munguía asedió en los primeros episodios al impacto certero y letal que lo mandó a la lona. Su rival soportó los puñetazos y de pronto, como en una revelación, mandó un upper que dio de lleno en la mandíbula del tijuanense y lo derribó. Los ojos parecían un poco ausentes, como si miraran hacia una galaxia de quién sabe dónde.

En el siguiente ronda, el recien derribado ya no lucía tan propositivo ni amenazante. Nadie que sea cimbrado con un mazazo del campeón vuelve a ser el mismo. El bajacaliforniano perdió confianza y eso impulsó a Álvarez a lanzarse como una fiera sobre la presa. Caminaba la lona con seguridad, como si hubiera recorrido esos metros de tela tantas veces que pudiera hacerlo con ojos cerrados.

Pero aquello era un combate entre mexicanos y décadas de prestigio orgulloso les preceden. En la esquina del joven promesa le pidieron que recuperara el control y salió al noveno episodio con la consigna de tomar el mando a cualquier precio. En el boxeo se sabe que muchas veces para dar hay que recibir.

El nacido en 1996 salió desbocado a buscar el combate sin importar si caía de nuevo; el profesional de más de tres décadas lo frenó con eficacia, aunque en el lance tuvo que comer un poco del cuero de los guantes. Este fue uno de los episodios más emotivos de la noche y que hicieron un poco de justicia a la herencia del pugilato nacional.

Canelo intentó desmadejar a Munguía, pero para ese momento ya había aprendido cómo duelen y cuánto daño puede hacer la pegada de un campeón indiscutido. La pelea llegó al último episodio con ambos boxeadores en pie de lucha. El veredicto fue victoria para el campeón indiscutido de los supermedianos por decisión unánime.

Estoy orgulloso de la pelea que dimos, dijo el jalisciense al final; somos dos mexicanos que estamos haciendo historia. Se le notaba que quería ganar, creo que esta pelea le servirá mucho en su carrera.

Era evidente que se esperaba una declaración sobre su próximo combate en septiembre y que todos querían escuchar el nombre de David Benavidez, pero el pelirrojo dijo que por ahora pensará en el siguiente paso.

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