Berna. La exposición Brasil! Brasil!: The Birth of Modernism (¡Brasil! ¡Brasil!: El nacimiento del Modernismo0, inaugurada en el Zentrum Paul Klee, ofrece una visión vibrante de ese movimiento artístico en el país sudamericano a lo largo de la obra de 10 artistas, cinco de ellos autodidactas y poco conocidos internacionalmente. Varias de las 130 obras expuestas han salido de Brasil por primera vez. La muestra coincide temáticamente con la Bienal de Venecia, donde más de la mitad de los artistas aquí presentes también participan.

El Modernismo brasileño se sitúa en el creciente interés europeo por el arte del sur global, destacando la producción de artistas desvinculados de la estética occidental tradicional. La muestra está coorganizada con la Real Academia de las Artes (RAA) de Londres, donde se exhibirá de enero a abril de 2025. Curiosamente, en esta misma sede se presentó en 1944 la exposición Modern Brazilian Paintings, en apoyo a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, tras haberse exhibido en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

La exhibición fue organizada por Fabienne Eggelhöfer, Roberta Saraiva Coutinho y Adrian Locke, éste, curador en jefe del museo londinense, quien además ha analizado el Modernismo mexicano en la exposición A Revolution in Art, 1910-1940 (2013) y en Aztecs (2002).

El primer grupo incluye a los clásicos del Modernismo, artistas de origen burgués, como Tarsila do Amaral, Candido Portinari, Vicente do Rego Monteiro, Geraldo de Barros, todos formados en París, mientras Anita Malfatti y el lituano Lasar Segall, en Berlín. Ellos integraron la vanguardia brasileña en el contexto internacional, pero al mismo tiempo comenzaron a buscar una identidad artística nacional.

El segundo incluye a artistas autodidactas o con trayectorias difíciles de encasillar, como el sofisticado Flávio de Carvalho, además de Alfredo Volpi, Djanira da Motta e Silva y Rubem Valentim. Estos ar-tistas, que no fueron aceptados en el canon del Modernismo brasileño hasta tiempos recientes, presentan una perspectiva más popular y cercana a las raíces culturales del país, al combinar elementos indígenas, africanos y coloniales.

La exposición subraya la importancia de la Semana de Arte Moderno de 1922, acto fundacional para el modernismo en Brasil, celebrado en el Teatro Municipal de São Paulo. Patrocinada por Paulo Prado, la Semana reunió a escritores, pintores y músicos que buscaban un arte auténticamente brasileño, en diálogo con las vanguardias europeas, pero sin depender de ellas. São Paulo, con su pujante industria cafetalera, se consolidó entonces como el epicentro cultural y financiero de Brasil. La ciudad, que contaba sólo con la Pinacoteca do Estado (inaugurada en 1905), pronto se convirtió en un centro cultural con museos y galerías, y sería la sede de la famosa Bienal de São Paulo.

El Manifiesto Antropófago de 1928, escrito por Oswald de Andrade e inspirado en la obra Abaporu de Tarsila do Amaral, también jugó un papel fundamental en este movimiento. Este texto proponía devorar la cultura europea para transformarla, abriendo el camino hacia una estética más autóctona.

A pesar del entusiasmo por el Modernismo, estudios recientes señalan una contradicción en la obra de artistas como Tarsila y otros creadores. Hija de latifundistas cafetaleros, representaba en sus cuadros una visión idealizada de los trabajadores explotados, lo que refleja, según los curadores, una realidad vista desde la perspectiva del otro.

Un cambio crucial en Brasil ocurrió con la Revolución de 1930, que puso fin a la oligarquía cafetalera y ganadera del café con leche. Con la llegada de Getúlio Vargas, se implementaron reformas en favor de los trabajadores, que impulsaron la industrialización del país. Este contexto social y político influyó en la obra de muchos artistas de la época. Tarsila, por ejemplo, pasó de pintar paisajes rurales y urbanos a representar escenas del mundo industrial, como en Segunda clase (1933). Portinari también se centró en temas como la pobreza y la explotación en su obra Trabajador de café (1934).

Los autodidactas también reflejaron estos cambios en sus obras. Djanira da Motta e Silva, de origen indígena, mezclaba lo popular y lo erudito, logrando un equilibrio estético a través de formas geométricas y colores saturados, así como el uso del blanco, que destaca por su belleza y originalidad. Alfredo Volpi, un migrante italiano, capturaba las fachadas de los pueblos y las banderolas de las fiestas populares, mientras Rubem Valentim incorporó símbolos del candomblé en sus obras.

Este periodo fue seguido por la construcción de Brasilia y las innovaciones arquitectónicas de Lúcio Costa y Oscar Niemeyer, que sentaron las bases para el arte concreto y el tropicalismo de los años 60, un movimiento que fusionó la cultura popular y la erudita, afectando distintas disciplinas, desde la música hasta la arquitectura.

La exposición, que estará abierta hasta el 5 de enero de 2025, y su catálogo, abordan también cues-tiones contemporáneas, como la centralidad de las mujeres artistas en el Modernismo brasileño y los aspectos raciales, entre otros. En conjunto, Brasil! Brasil! revela una rica fusión de influencias locales y globales, mostrando cómo el arte brasileño evolucionó en respuesta a las tensiones sociales y políticas del país, y ofreciendo al público un festín visual de gran arte formado por simbolismo, color y creatividad transformadora.

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