Cruz Azul dejó el estadio Ciudad de los Deportes en enero pasado. Se mudó al Olímpico de Ciudad Universitaria por desacuerdos con los dueños y el América, su rival acérrimo, empezó adueñarse de aquellas historias urbanas que lo hicieron sentir más local que ninguno en las calles aledañas. El empate (0-0) en la ida de los cuartos de final de la Copa de Concacaf, con miles de americanistas reunidos en los mismos sitios que antes fueron celestes, refrendó la conquista de ese territorio, aunque la serie terminó abierta.
Los clásicos aportan en la gente una sensación de orgullo, seguridad y alivio, como si estos fueran protagonistas y no espectadores. “¡Mete al Toro, carajo!”, “¿A qué hora vas a empezar a cambiar?”, “¡Cambia a Valdés!”, los gritos, la constante exigencia de modificar alineaciones y estrategias de los entrenadores, llevaron este partido a los límites ya conocidos en el exterior. Todo cobró un valor distinto por medio de esa pasión: el costo del estacionamiento (de 150 a 300 pesos), la reventa de boletos (hasta en 1500 pesos), los artículos no oficiales, incluso en los puestos de comida. “Es el gran duelo del futbol mexicano”, definió el lunes el técnico de La Máquina, Vicente Sánchez. Los propios vendedores coincidieron con el uruguayo.
Aunque el América es identificable ante todo por su presión agresiva y su capacidad para atacar al contragolpe, en el primer tiempo no marcó diferencia. Sólo una jugada de Alejandro Zendejas hizo cimbrar el poste al anticipar el lance de Kevin Mier. Muchos se abrazaron, derramaron cerveza de sus vasos, pero el estadunidense no pudo terminar el ataque como suele ocurrir en la Liga. Parte de esa respuesta ofensiva de los locales, cuya afición fue mayoría, pero estuvo lejos de agotar las entradas en las taquillas, se debió al gol que el silbante estadunidense Joseph Dickerson anuló minutos antes a Ignacio Rivero por una presunta posición adelantada.
“Vaaamos, vaaamos Amééérica / que esta noooche / tenemos que ganaaar”, aquel grito de guerra, tan representativo de la filosofía de las Águilas, produjo un quiebre en la segunda mitad. Diego Valdés, Brian Rodríguez y Zendejas armaron el ataque de mayor peligro con una triangulación, pero el estadunidense definió por un lado del arco de Mier. Totalmente alejado de las formas con las que se distinguió el año pasado, el cuadro celeste recurrió al pelotazo como única herramienta. En un descuido de los defensores americanistas, el delantero Ángel Sepúlveda remató de cabeza y obligó al portero Luis Malagón a sacar la pelota a tiro de esquina. La advertencia sirvió a los locales de combustible, al menos para intentar algo más.
Los avances de Diego Valdés, disparos de Erick Sánchez y Rodríguez remarcaron el dominio de los locales, como también su falta de contundencia. El semblante descompuesto de André Jardine, técnico de las Águilas, representó en los minutos finales a las más de 19 mil 700 personas que se dieron cita en el recinto. Si la expectativa fue tan alta al tratarse de un clásico, el pobre nivel de los dos equipos bajó los ánimos a tierra. Todo se definirá en el partido de vuelta, a celebrarse el 8 de abril en el estadio Olímpico Universitario, ahora casa de Cruz Azul.