Monterrey. El América es el primer tricampeón en la historia del futbol mexicano, el único equipo capaz de ganar tres veces un torneo de 17 fechas, con o sin fases de reclasificación, desde 1996. En la final de vuelta contra el Monterrey (1-1, 3-2 global), miles de personas que siguen al club escribieron una historia nueva, la del primer monarca imbatible en año y medio, sin importar los cambios de reglas, formatos y que no exista un mandamás en la Federación Mexicana de Futbol. 

No es que un partido resuelva la condición conflictiva de un proyecto federativo, pero desmantela problemas, anuncios frecuentes que aparecen en el desarrollo de una competencia, como la renuncia el viernes del alto comisionado Juan Carlos La Bomba Rodríguez. Si el brasileño André Jardine consiguió aislar a su plantel de todo eso, fue porque su labor implicó un acto consecutivo de liderazgo. Y porque ganar no es lo único, pero cómo vale cuando se hace costumbre.

Ante más de 52 mil aficionados que se dieron cita en el estadio BBVA, la aventura del América tuvo la estampa final que tanto buscó: un derechazo del mediocampista Richard Sánchez, de aire y al ángulo del portero Luis Cárdenas, que sentenció una serie cuyo dominio fue irrebatible (minuto 24). En los segundos que siguieron al festejo del paraguayo, el silencio de los locales, tan eufóricos en un principio, certificó que la derrota ya estaba escrita desde antes de finalizar el primer tiempo.

“¡Dale campeóóón, dale campeóóón!”, celebró el plantel americanista y no fue necesario decir que, en esas dos palabras, cabía un oasis más grande que cualquier recinto. Porque en eso también consiste tanta felicidad. Abrazarse con amigos o desconocidos, cantar junto con los del asiento de al lado, ir de la tensión al alivio y aventurar vaticinios sobre quiénes harán los goles. Cientos terminaron sin voz cuando Sánchez empezó a correr hacia un costado del campo; luego abrieron los ojos y corroboraron que el América era campeón por decimosexta vez en la Liga.

En el futbol hay aficiones que ríen y lloran de alegría. Lo de anoche fue eso que algunas suelen denominar ‘la gloria’, una máxima que cada persona ubica en los libros personales y colectivos, pero jamás en los estantes de una biblioteca.

La gloria, esa sensación única de ganar, desordena las emociones y hace sudar las manos y los pies. Perdura en el aire, produce un temblor repentino en los dedos y quiebra la voz como un fuego en la garganta. Desde hace dos temporadas, Jardine y sus dirigidos lo hicieron costumbre en las gradas, invitaron a sus seguidores a reconocerse en un estilo que los invitaba a soñar, aunque fuera lejos del Azteca.

Sólo el tiempo permitió medir que los tropezones en la fase regular -cerró en octavo lugar- poseían una menor profundidad de la que muchos pensaban. Algunos conocedores de este deporte afirman que ganar es complicado, pero hacerlo después de un bicampeonato es todavía más. No se percibió ninguna rendija por donde el título pudiera diluirse, ni siquiera los 39 años sin definir un trofeo fuera de casa. Este fue el mejor desde la fase de reclasificación -hoy llamada play-in- y dejó atrás una serie de señalamientos que atacaron su polémica relación con los árbitros.

En el Monterey no sobrevino algo radicalmente distinto a la final de ida en Puebla. Aunque el técnico argentino Martín Demichelis dispuso de varios cambios, los jugadores pasaron por desafíos más complejos ante las bajas por lesión de Lucas Ocampos y Víctor Guzmán. Rayados combatió al América desde las vísceras, se repuso y trató de no rendirse con el tanto del colombiano Johan Rojas (85), pero la ausencia de Ocampos corroboró que es un plantel fuerte por individualidades, no por su juego colectivo.

“Es la hora, es la hooora, es la hora de ganaaar”, alentó una y otra vez a sus jugadores el principal grupo de animación de Rayados desde la cabecera local. De no ser por el gol de Rojas y alguna atajada del arquero Luis Malagón, no habría quedado rastro de los regiomontanos. El América, tricampeón, se encargó de borrar lo que alguna vez era tan temible para otros equipos del futbol mexicano: la visita al Cerro de la Silla, ese lugar que recordará para siempre como la consagración de un equipo de época.

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