El ahuízotl, extraño ser que habitaba en el lago de Texcoco, tenía una mano en la cola con la que arrastraba al fondo a quien pudiera, y luego dejaba los cadáveres en la orilla, sin uñas, cabello ni ojos.

Esa historia se repite casi sin variaciones hasta la actualidad en Querétaro y Puebla, refirió el historiador Ignacio de la Garza Gálvez en la conversación Relatos de espantos de tradición indígena.

El investigador de la cosmogonía mesoamericana contó que fray Bernardino de Sahagún escribió sobre esa criatura que ocasionaba tormentas en el lago y ahogaba a los pescadores, fingía la voz de un niño llorando o se disfrazaba de mujer para atraer hombres.

Añadió: este relato se sigue contando, y no sólo en el área del centro de México. Buscando ejemplos, encontré la historia de ahuízotl en una presa en Querétaro. Tal cual como si hubieran leído a Sahagún. También se puede hallar en Puebla la anécdota de un niño que huyó de su casa y vio un animal similar cerca de un lago, de noche; resulta que ahí habían encontrado un cadáver sin uñas ni pelo.

De la Garza Gálvez expuso que el espanto en la tradición prehispánica podía hacer que una persona perdiera el alma o que se volviera loca; incluso, podía morir por esta impresión tan fuerte.

En la Colonia se fue incorporando la creencia de este mal y persiste. Agregó: hoy día, los seres del monte, los duendes, la Llorona y el charro negro producen espanto; tienen que ver con esta gran impresión.

Durante la charla, moderada por la hispanista Justine Monter en la Casa de las Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el investigador añadió que una parte de la cosmogonía de los pueblos prehispánicos pervive en la época moderna mediante los relatos sobre fenómenos vinculados con las divinidades ancestrales.

La moderna Cihuacóatl

El especialista abordó mitos antiguos, como el de la diosa Cihuacóatl, que se transformó en la Llorona moderna; las recurrentes manifestaciones del dios Tezcatlipoca, como coyote, bulto mortuorio, niño gimoteante o cráneo descarnado que persigue a la gente, así como el de los nahuales y narraciones sobre los muertos que se hacen presentes.

El maestro en estudios mesoamericanos refirió que el vocablo espanto tiene que ver con encuentros impactantes o de gran susto vinculados con lo divino, que conocían como teotl, concepto náhuatl sin traducción al español.

Ignacio de la Garza contó que se curaba de espanto de diversas maneras; algunas formas de restituir el alma pasaban por rituales con agua o chile. El curandero tiene que ir al lugar de la impresión, hablar a las entidades que retienen las almas, los famosos chaneques, para restituirlas.

Representación del relato del ahuízotl en el ‘Códice florentino’. El extraño ser con forma de perro habitaba en el lago de Texcoco, tenía una mano en la cola con la que arrastraba al fondo a quien pudiera y luego dejaba los cadáveres en la orilla, sin uñas, cabello ni ojos.

Tezcatlipoca, el dios aparecido

El historiador refirió que el Día de Muertos es una fiesta europea, pero los indígenas la comenzaron a hacer como ellos celebraban a sus difuntos, y no había suficientes frailes para decirles que así no era y que las ofrendas no tenían que ser tantas.

Españoles de clase baja terminaron adoptando algunas de estas creencias y llegaban a ser denunciados ante la Inquisición por creer en supersticiones, como que el cantar del búho anunciaba la muerte o en los nahuales.

Expuso que uno de los primeros que pusieron por escrito estas historias fue el misionero fray Bernardino de Sahagún. Entre ellas, que Tezcatlipoca podría aparecerse a la gente en caminos solitarios en la forma de un decapitado con el pecho abierto, conocido como el hacha nocturno. Este dios podía hacerse visible para probar la valentía de las personas, para evitarles un peligro o simplemente para burlarse de ellas.

De la Garza Gálvez explicó que en el mundo mesoamericano lo que implicaba lo natural y lo sobrenatural era muy distinto. “En las noches, y en lugares donde no están los dioses patronos, sucedían las apariciones, y los dioses hacían lo que se les pegaba la gana. Incluso, los animales podían hablar y asustar. Es donde los muertos te pueden salir.

“Ya en tiempos prehispánicos se creía que los difuntos convivían con la gente. Uno moría y se transformaba en algo más. La humanidad había sido creada para trabajar. El cosmos y todo lo que existía eran dioses muertos que se habían transformado.

Los muertos se convertían en teotl; tenían que seguir chambeando, muchas veces con forma de animal, como hormigas, zorrillos o búhos. Éstos eran sirvientes de los señores de los muertos, y uno de sus trabajos eran avisar de otro fallecimiento.

Ignacio de la Garza Gálvez concluyó que estos modelos narrativos continúan vigentes y aún se dice que los muertos pueden enfermar a los vivos y que se convive con ellos. Por tanto, estos relatos se siguen actualizando. 

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