Ciudad de México. En el estadio Olímpico hay letras que no se pronuncian, se exclaman, como aquellas que denotan la identidad sonora de la Universidad Nacional: “Goooya, goooya”. Ese grito tan emblemático, atribuido a José Luis Rodríguez ‘Palillo’ y creado en 1946, no retumbó como cada vez que hay un partido de Pumas en la Liga Mx. Todo lo que se escuchó anoche fue el sonido de un tren a toda marcha que acompañó el estreno del local Cruz Azul, en el empate 1-1 ante el Atlas.
La Máquina hizo suyo un lugar que se tornó extraño y con cientos de lugares vacíos. “Teníamos seis meses más de contrato con opción a un año, pero el Ciudad de los Deportes no cumple con muchas condiciones, no hay colaboración de parte de los dueños”, explicó el presidente del club, Víctor Velázquez, sobre el cambio de sede de sus partidos en casa a partir de ayer en Ciudad Universitaria. El resultado no se ajustó a los méritos de una afición que alentó, coreó el “¡Aaaazul, aaazul!” y cubrió como pudo los escudos felinos en las gradas.
Contra un Atlas que fue el clásico ejemplo de aquel rival que no tiene prisa, el partido evidenció un modelo de comportamiento bastante habitual en la era del argentino Martín Anselmi: la capacidad de sus jugadores de resistir las curvas y baches que encontraron, para definir en los momentos cruciales. La jugada de Amaury Morales, joven revelación el año pasado, valió el penal que convirtió Ángel Sepúlveda a los 38 minutos y sirvió como prueba. Pero no siempre la suerte estuvo de su lado.
“¡Arrimados, arrimados!”, respondieron los seguidores rojinegros al dominio de Cruz Azul frente a un marcador adverso y sin mucha esperanza para su equipo. Con un par de ajustes en el segundo tiempo, todo eso cambió con el 1-1 de serbio Uros Djurdjevic en un mano a mano que fue revisado por el VAR, debido a una presunta posición adelantada (52).
Si la Academia no le dio la vuelta a los cartones, fue porque enfrente hubo atajadas de Kevin Mier que rescataron a los locales.