Fernando Alba Aldave es grabador, pintor, arquitecto, doctor en historia del arte y también maestro en la Facultad de Artes y Diseño, que conocíamos como ENAP, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fernando Alba se fue al este de África para impartir cursos en Kenia y Uganda; también es maestro de grabado en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, y en la sala de la casa asevera con orgullo:

–Lo mío es el grabado. La ciencia, por supuesto, la viví con mi papá y mis tíos, que estuvieron en los comienzos del Instituto de Astronomía de Tonantzintla. Todos los científicos eran amigos, pero yo me interesé en el grabado. Empecé a hacer grabados cuando estaba en la prepa, en San Ildefonso. Imagínate estar estudiando ahí con los murales de Orozco, Rivera, Siqueiros, Revueltas y Fernández Leal. Mi maestro de dibujo en la prepa era grabador: Manuel Iturbide, quien me platicaba de grabado y de su especialidad: el grabado en lámina de metal.

–Como Leopoldo Méndez y todo el Taller de Gráfica Popular.

–Bueno, como todos quienes grababan en linóleo, aunque mi maestro era muy ajeno a la ideología del Taller de Gráfica Popular, porque él era muy conservador, grababa temas religiosos y hacía paisaje. Él se identificó con algunas temáticas de quienes hacían arte social y grabó trabajadores, campesinos, gente en la calle. Todavía le tocó la influencia del simbolismo. Y mi ingreso al grabado fue fantástico, porque de pronto todos mis amigos y yo estábamos fascinados con una niña de la escuela, y qué más hubiéramos querido que tener fotografías de Angelina Pérez, pero la dibujamos. Yo hice unos grabados de su cara, también la hice de cuerpo completo. Yo quería inscribirme en la Academia de San Carlos porque cuando le pedí a mi maestro Iturbide que me enseñara a grabar, me respondió: No, ve a San Carlos, ahí algo te enseñarán. Ese era mi plan, pero pues mi papá, científico, no creía que un artista pudiera sobrevivir y se negó.

–Tu papá era científico, como Guillermo Haro.

–Mi papá era investigador de física práctica en el Instituto de Física de la UNAM, pero había dado clase en el Palacio de Minería, aunque no existía la carrera de física, y se inscribió en la de ingeniería. Cuando iba ya a la mitad de su carrera de ingeniero civil, el doctor Baños creó la carrera de física, y a mi padre le validaron las materias que había cursado en ingeniería y entró al círculo del doctor Manuel Sandoval Vallarta. Obtuvo su primera plaza como profesor investigador en la UNAM. En eso, Luis Enrique Erro necesitaba un grupo de especialistas para el observatorio de Tonantzintla, mi papá se apuntó y se fue a Puebla. Él no había practicado astronomía hasta que conoció personajes como Guillermo Haro.

“Mi papá no me veía como artista, aunque yo dibujaba desde el kínder; los primeros años de primaria tenía yo cuadernos con dibujos. Él tenía unos cuantos libros de arte que me encantaban y luego, conforme fue viajando, compró reproducciones en el (Instituto) Tecnológico de Massachusetts. Le gustaba mucho el arte del Renacimiento y del barroco, y llenó la casa y nuestras recámaras con reproducciones. Después, en los 50, en Ginebra, tuvo acceso a otras muestras de la pintura española: Murillo; Giuseppe Ribera, el Españoleto; El Greco, por quien tenía gran fascinación y nuestra casa se convirtió en un museo, una maravilla. Pero a pesar de ese amor por el arte que él tenía, no me permitió estudiar artes plásticas.”

–¿Por qué?

–Porque me dijo: No, tú primero estudia una carrera formal y después, si quieres, estudias artes plásticas. Entonces, entre él y mi mamá eligieron para mí arquitectura: Ahí también vas a dibujar, no como tú quieres, pero vas a dibujar. A lo mejor ellos sabían que la carrera de arquitectura era la del futuro de México, porque se creó Ciudad Universitaria en 1954. En arquitectura, afortunadamente, tuve unos maestros que eran artistas espléndidos; por ejemplo, el maestro Vicente Mendiola, un acuarelista formidable y también arquitecto, porque él diseñaba los monumentos que Olaguíbel completaba: hicieron juntos la Diana Cazadora, el Monumento al Petróleo en Paseo de la Reforma. Era un gran artista mi maestro Mendiola; ahora me da gusto ver su obra en museos como el de la Acuarela, en Toluca. Tuve otros maestros de familias de artistas como José Luis Benlliure; su abuelo Benlliure era un artista muy reconocido en España; José Luis era maestro de historia de la arquitectura. Para mí también fue muy importante el maestro Pedro Medina Guzmán, que todos conocíamos como El Charro. Él era un pintor muralista cuyos temas eran de tipo religioso. Pintó una gran iglesia que está en la calle de Obrero Mundial, donde representó la guerra cristera en una ojiva. Eran dos paredes que iban subiendo y terminaban en un pico; pintó el muro del fondo y es la pintura, según he encontrado en varios libros, más alta que se haya hecho en México. Hicimos muy buena amistad. Yo veía al Charro en su casa y me permitía dibujar con sus modelos; entonces fue muy importante. Yo continúe viendo, cuando ya estaba en arquitectura, a mi maestro Iturbide, mi maestro de dibujo de San Ildefonso, y me hablaba maravillas de la Generación de 1907, de San Carlos, a la que él perteneció. Fue compañero de Orozco.

–¿Y Diego Rivera?

–No, Diego Rivera estaba fuera de México ya cuando él se inscribió. Al maestro Iturbide le tocó conocer, más tarde que ellos, a Siqueiros, pero cuando yo le preguntaba por él, no le decía Siqueiros, sino decía: Ah, Alfarito, sí, Alfarito, porque así lo conoció; era más chico que él. Cuando yo le preguntaba su opinión de los murales en la preparatoria en San Ildefonso, de los de Orozco decía: No, no, no: son puras caricaturas de gran formato. Él no es un pintor muralista. Le tenía cariño a Orozco porque fue su compañero y porque quería hacer grabados que no se enseñaban en esa época en San Carlos. Mi maestro fue ayudante cuando se reabrió el primer taller de grabado en San Carlos, y Orozco fue con él para pedirle que le enseñara a grabar. Cuando visitaba a mi maestro en su casa, me enseñaba un ropero lleno de materiales para hacer grabado de aguafuerte; era una lista que él le había hecho a Orozco para que trajera el material de Estados Unidos, porque había empezado a viajar allá. Finalmente, Orozco nunca fue a trabajar con ese material a casa de mi maestro ni a San Carlos.

–Nunca lo recogió.

–Ahí se quedó, se secaron las tintas, se secó todo. Orozco aprendió a grabar en metal con Carlos Alvarado Lang; él hizo prácticamente todos los grabados en su taller. Orozco lo que hizo en Estados Unidos fueron litografías, pero, bueno… Ya mi maestro no tuvo nada que ver en eso.

–¿Cómo es la litografía?

–Es un dibujo con un lápiz grasoso en una piedra calcárea. La piedra es como el mármol, pero lo traían de Alemania, porque esa piedra no tenía vetas; las vetas impedían que una línea se viera continua. Después se encontraron unas piedras estupendas por el rumbo donde colindan Puebla y Veracruz, ahí donde se han encontrado también unos fósiles muy bellos en las piedras, me parece que fue en Tehuacán. La litografía era una técnica que sí se aprendía a principios del siglo 20 porque se usaba para fines comerciales. Todas las imprentas hacían las etiquetas de bebidas, la propaganda para cualquier producto comercial.

–¿Y la arquitectura, Carlos? ¿Cómo lograste mantener vivo tu amor por el arte si tus papás decidieron tu futuro?

–En arquitectura, como te digo, tuve estupendos maestros, y muchos de ellos pertenecían al área de la historia de la arquitectura, como Benlliure o Juan Benito Artigas, que fue un gran restaurador. Tiene una placa en el convento de Santo Domingo, Oaxaca, porque fue el principal restaurador del convento, que es una de las obras maestras de la arquitectura del siglo XVI. Jesús Barba, Chuy Barbas para nosotros, era también un maestro de historia de la arquitectura y fue director del autogobierno. A mí me tocó la creación del autogobierno en arquitectura y di clase en cuanto me recibí. En uno de mis primeros años de arquitectura, cuando ya no nos exigían permanecer mañana y tarde en la escuela, dedicaba mi mañana a estar en Ciudad Universitaria y en la tarde-noche me iba a tomar talleres de pintura a San Carlos. Esto fue a principios de los años 60.

“Aprendí técnicas como temple, que es un poco sofisticada, porque se pinta con huevo y con pigmentos. Hay que preparar la pintura: no la venden como el óleo en tubos, hay que prepararla. Para mí fue una maravilla el sentir la atmósfera de San Carlos; yo quedé fascinado con su patio. Hasta la fecha no encuentro ningún lugar que me llene más visitarlo. Terminé mis estudios después de ocho años, porque como no me gustaba la carrera, reprobé mucho al principio. Me di cuenta de que podía ver la arquitectura como una escultura para vivir dentro de ella; ese fue el primer pensamiento que me hizo reconciliarme con la carrera. Entonces empecé a hacer diseños arquitectónicos que eran como esculturas. Yo quería estudiar con Félix Candela, porque de niño en casa de mis papás, en la colonia Vértiz Narvarte, está la iglesia de la Virgen Milagrosa que hizo Candela con sus primeros techos de paraboloides hiperbólicos.

Yo quedé fascinado con el trabajo de Félix Candela y cuando pude, ya en los últimos años de arquitectura, me inscribí con él y también con los maestros del grupo de historia de la arquitectura, que eran refugiados españoles o hijos de refugiados, y ahí tomé un gusto abierto, maravilloso, por la historia del arte y de la arquitectura.

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