El dramaturgo mexicano Ángel Hernández desarrolló en la comunidad cisjordana de Beit Jala un performance basado en la palabra de poetas palestinos y el discurso irrenunciable de la resistencia de ese pueblo. Es parte del proyecto artístico Dakhla, que investiga la idea de la tierra como origen y alternativa de retorno.

La acción artística se desarrolló hace unos días, aunque originalmente se planeó para el 7 de octubre, en conmemoración del inicio de la guerra en la franja de Gaza, pero se pospuso por el riesgo de exponer de forma pública un discurso alterno al del régimen militar israelí, explicó el investigador teatral a La Jornada.

La iniciativa Dakhla (palabra en árabe que se refiere a lo interior) comenzó el año pasado en la frontera egipcia en la zona de Sinaí, donde reunió testimonios de voluntarios, activistas y familias que lograron escapar de los primeros bombardeos en Gaza.

El trabajo continuó en un campo de refugiados palestinos en la periferia de Amán, capital jordana, mediante escrituras que se van expandiendo y se relacionan con palestinos que no pueden volver a su país o de personas que nacieron en Jordania y siguen considerando que nacieron en Palestina. Tratamos de cuestionarnos la figura de la tierra como origen, procedencia y alternativa de retorno, contó Hernández.

La indagación siguió en Cisjordania hace tres meses, donde arribó a “una dimensión poética con relación a la búsqueda de textos olvidados, perdidos o incendiados por la ocupación israelí, de poetas que estuvieron resistiendo durante los años recientes encarcelamientos, persecución, la mayoría en el exilio y otros viviendo en territorio palestino.

Nos preguntamos qué quedaba después de la desaparición de esos escritos, y tuvimos la oportunidad de trabajar con dos poetas, uno en el exilio y otro que vive en la ciudad de Nablus: Saed Abu-Hijleh y Sami Al-Kilani.

Ambos creadores han participado en coloquios de la Universidad Nacional Autónoma de México. Fueron encarcelados en la prisión de Al Fara, donde generaron memorias acerca de los textos olvidados y negados por la ocupación, y sobre estar por más de 10 años prisioneros.

Ángel Hernández refirió que nombraron una revista Al Fara para distribuir la voz de éstos y de otros poetas que se suman en campos de refugiados del norte de Cisjordania, principalmente los de Nablus, Balata, Tulkarem, Jenín y Tubas.

La publicación explora si la poesía está en condiciones de salvar algo, de permitir que algo siga sucediendo, como la vida, si es un instrumento de confrontación o crítica sensible que permita a los pueblos generar memoria frente al genocidio en Gaza. Ahí hemos centrado nuestra investigación desde hace meses, lo cual casi nos ha costado la vida.

En Beit Jala, que participó activamente en el levantamiento palestino de 2000, la segunda Intifada, Hernández ha trabajado con artistas dedicado a la danza, teatro, canto y música para “tratar de generar sentido a un discurso que es irrenunciable, que es el de la resistencia que ha mantenido el pueblo palestino durante ya muchos años frente a la represión y criminalidad constantes.

Es un proyecto que se ha venido fortaleciendo con el apoyo solidario de mucha gente, también en el terreno de la sobrevivencia debido a las estructuras de persecución instaladas en Palestina contra cualquier expresión artística o política que tenga un cuestionamiento crítico del régimen sionista que se ha venido fortaleciendo durante los meses recientes.

Ángel Hernández recordó que fue a Palestina con las interrogantes sobre “¿cuál es la poesía combativa? ¿Cómo combate la poesía, si lo hace? He aprendido durante este tiempo que el combate está puesto en un estado de reclamo permanente por la vida, que no busca oponente y asume una condición de fortaleza interna.

Ese es el estado de salud de las expresiones artísticas en Palestina: una necesidad permanente por seguir fortaleciéndose con visiones, ricas en posibilidades de entender la resistencia de manera distinta. No hay una misma resistencia, un mismo combate ni una misma revolución. Hay diferentes escalas relacionadas con esta idea, quizás apuntando hacia una misma dirección, que es la vida digna, la libertad y la justicia para este pueblo.

Riesgo de muerte

Destacó que para los artistas escénicos la decisión de dar continuidad a los proyectos les puede ocasionar la muerte. “Esa conciencia brilla como un fenómeno sublime y sublima el acto creativo, en el sentido de vulnerabilidad. En este momento no podemos asumir una condición libertaria que nos convierta en héroes sociales, lo cual resultaría hasta ridículo, pero tampoco seguir siendo las víctimas de la historia.

Existe una posibilidad de seguir dialogando con este presente perverso, terrible y sanguinario, y conservar ese equilibrio entre la vida de la obra y la muerte del autor. Esa es una circunstancia que revela otra poética frente al ejercicio de lo creativo.

Hernández relató que de forma similar a cuando en 1993 la escritora estadunidense Susan Sontag montó la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en la ciudad sitiada de Sarajevo. En el campamento de Balata, mientras atacaban los militares israelíes, nosotros en medio de un ensayo estábamos en el suelo porque las incursiones son cada vez peores.

A la par de esas historias terribles hay cosas muy buenas, hermosas, de proyectos, por ejemplo, de gente que se va a pintar las bardas con símbolos de esperanza o de paz y son un aliciente en medio de toda esta tragedia, concluyó el dramaturgo mexicano.

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