Los 30 años que dedicó Alberto Blanco a redondear ‘Canto desierto’ dan idea de la magnitud de esa creación y por qué para él “no es un libro más”. Se trata de “la culminación de la obra” de ese renombrado poeta mexicano, según asienta en el colofón del volumen su homólogo Jesús Munárriz, director del sello Ediciones Hiperión, de España, bajo el cual fue publicado en esa nación europea.

De extensión breve, 188 páginas y 36 poemas, divididos en cuatro apartados, lo que hace en este nuevo poemario el también artista plástico y músico nacido en la Ciudad de México en 1951 es dejar constancia de un llamado: el de la voz de la poesía en su estado más puro.

“Es poesía sin cortapisas, sin restricciones, sin concesiones”, afirma Alberto Blanco en entrevista con ‘La Jornada’, durante la cual comparte algunas reflexiones de lo que ha sido para él la práctica poética, sobre lo que ha profundizado en los libros ‘El llamado y el don’, de 2011; ‘La poesía y el presente’, de 2013, y ‘El canto y el vuelo’, de 2016, galardonado ese mismo año con el Premio Xavier Villaurrutia.

A su decir, “la poesía es una forma radicalmente distinta de usar el lenguaje”. Nada tiene qué ver con el lenguaje cotidiano, el utilitario de todos los días, detalla, sino con el que se emplea en sentido inverso: “no para comunicar, sino para ser escuchado; no de adentro hacia afuera, sino de la totalidad hacia adentro, hacia uno o ninguno”.

Aclara, sin embargo, que no toda la poesía o no todo lo que se llama así sigue ese parámetro: “En mi caso, no todos los poemas ni todos los libros ejemplifican al 100 por ciento esa actitud que puede considerarse muy radical, pero hay algunos que sí se atienen escrupulosamente a esa noción del lenguaje utilizado no para decir, sino para escuchar”.

Al respecto, considera que ‘Canto desierto’ “es el ejemplo perfecto y quizás el más refinado de todo su trabajo”, al tratarse de “una expresión acabada y perfectamente en foco de lo que es escuchar noticias del otro lado del lenguaje. En otras palabras, son poemas dictados no sé por quién, por qué, desde dónde, cómo; lo que sé es que no soy yo hablando, sino soy yo escuchando”.

Refiere que este libro “comenzó a escribirse hace tres décadas, y digo que comenzó a escribirse como si se hubiera escrito solo, cuando vivía con mi familia en las afueras de El Paso, en la frontera entre Texas y Nuevo México, donde empieza el desierto. Así que éste se hace superpresente en esta obra, particularmente en la primera de las cuatro partes que la conforman. El primer poema que ‘me llegó’ es el que abre el libro, ‘Mala memoria’, que se convirtió en el buque emblema; me regaló la forma a seguir, que es muy abierta, y me permitió articular muchos registros distintos”.

Mensajes profundos

Insiste en la gran cantidad de tiempo que requirió la arquitectura total de este trabajo, a partir de que en 1994 le fue concedido el primer poema y de forma paulatina se fueron sumando los demás, a la par de muchos otros que pueblan sus títulos, hasta que se centró en afinar los detalles.

“Se llevó tiempo en redondearse. No es un libro escrito por voluntad ni con voluntad; es un empeño donde lo más importante, como ocurre con la verdadera poesía, ha sido esperar que venga la señal, el llamado, el mensaje, y estar atento y saber qué hacer con ello. A partir de que di con la forma en el primer poema, ya sabía qué y cómo manejar esos mensajes, nada más tenía que reconocer cuándo eran mensajes que venían de esa profundidad, mensajes intermitentes. Por eso tomó tanto tiempo en escribirse”, agrega.

“Una vez hecho, requirió largo espacio en lo que llamo ser redondeado: pulir, quitar impurezas, repeticiones innecesarias, detallitos; pero los poemas, básicamente todos, están transcritos tal cual los escuché; más hablo de escuchar que de ver, aunque también hay varios que tienen que ver con la imagen y la vista, pero no es una vista exterior.

“Los poemas son poco o nada anecdóticos, aunque sé y puedo compartir el momento específico y las circunstancias en que fueron escritos. No hay narración ni historia qué contar, más allá de aquella que es el gran viaje de la obra en su conjunto (…) No se llega a ninguna conclusión, es poesía abierta; en ese sentido, una forma de poesía rigurosamente contemporánea o, incluso, un libro que en muchos sentidos mira hacia el futuro.”

Los poemas de ‘Canto desierto’, según Blanco, se valen de palabras cotidianas que permiten que se entienda lo que dice cada verso, pero en conjunto ya son otra cosa: se abren de manera insospechada hacia paisajes, realidades, historias o sueños de los cuales él es el primero en quedar asombrado, porque no dicen una cosa, sino muchas.

“El cúmulo de lecturas que puede suscitar un libro así es potencialmente interminable. Como cualquier texto de verdadera poesía, no se agota en una lectura ni en 10. Es muy exigente, pero también muy hospitalario, en el sentido de que ofrece entradas en muchos niveles diferentes. Tiene algo que ofrecer a cualquier lector en el nivel en el que quiera acercarse, desde la pura música o la riqueza de las imágenes hasta el gusto por las metáforas o por las sorpresas, pero el efecto es acumulativo”.

 

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