Londres. “Me obsesioné durante la etapa de aislamiento con la idea de que David pudiera morir y dejarme sola, fue inaguantable y agonizante”, confiesa Polly Samson, jovialmente elegante a sus 62 e impecablemente articulada, mientras habla de David Gilmour, de 78, guitarrista de Pink Floyd, leyenda del rock y su esposo por más de 30 años.

Agonía y éxtasis colisionan en Luck and Strange, su primer álbum en solitario en más de nueve años, que saldrá este próximo 6 de septiembre. Su primitivo miedo de él muriendo antes que ella y su amor inmutable se encuentran en el centro del álbum, en esencia un himno a un matrimonio duradero del rocanrol. Sus letras, cándidas y cinceladas, son un ajuste perfecto con su compañerismo musical y profesional, extendido durante más de tres décadas, desde que Samson comenzó a escribir para Gilmour y Pink Floyd.

Los dos literalmente flotan sobre el agua, en el Támesis, en Richmond, a bordo del Astoria, la casa flotante-estudio de grabación de Gilmour, mientras hablan de música, perros, drogas, ponis, mortalidad y el arte de hacer canciones.

Gilmour compró el bote como un capricho después de verlo promocionado en Country Life. Dos álbumes de Pink Floyd se han grabado ahí. Ninguno es tan intenso como éste. Es raro para ellos estar lejos de su granja en Sussex, donde permanecieron herméticamente bajo resguardo durante y después del covid. Eso hizo que se concentraran. Comenzaron a escribir, componer, cantar y eventualmente a grabar sus letras poéticas, su inquietante voz de blues, a menudo como un melódico grito quejumbroso.

Pensando en cómo nos separaremos / ¿Sostendré tu mano o tú te quedarás sosteniendo la mía? / Entre este aliento y entonces / Está esta esclusa de tiempo / Esta esclusa de tiempo. La pandemia, su “esclusa de tiempo”, era intensa. “Hablábamos sin parar de mi miedo a que David muriera, pero cuando el resto del país se abrió, nosotros no; nos quedamos encerrados”, explica ella.

Su nuevo álbum cuenta con la colaboración de sus hijos. Joe Gilmour, ahora de 29 años, captado en una cinta cuando era niño, diciendo: “¡Canta, papá!”. Eso se quedó registrado, y una grabación de jam session que el guitarrista tuvo en su granero con el teclista Rick Wright, antes de su muerte en 2008. La mezcla incluye también a la hija de la pareja, Romany, cantando y tocando el arpa. Su hijo Charlie, escritor, añadió algunas letras. Es un asunto familiar de principio a fin.

Conversamos sobre el gusto de Samson por nadar en agua helada y la visión política de David: “Keir Starmer parece un hombre de Estado, a pesar del hecho de que era director de la fiscalía cuando Charlie fue encarcelado por atacar el memorial de guerra [durante una protesta estudiantil de 2010 contra las tasas de los préstamos]. Pero le hemos perdonado”.

Gilmour, de barba plateada y camiseta negra, tiene un paso enérgico. Es más de los que escuchan que de los que hablan, pero pronto queda claro que él también ha tenido pensamientos catastrofistas.

“La mortalidad es algo en lo que pienso y lo he hecho intensamente desde que tenía 13 años en mi habitación, básicamente un armario de ropa blanca en casa de mis padres. Probablemente, en la mayoría de las canciones que he escrito a lo largo de los años, es el tema principal. Pero cuando llegas a mi edad, hay que ser realista y decir que la inmortalidad ya no es una opción”, dice. Para que quede claro, él está, por así decirlo, de muy buen humor, en plena forma y muy vivo, aunque ambos teman la sombra de la muerte.

La pareja está anclada en la vida familiar: perros, ponis, largos paseos, sus hijos y nietos. Es evidente que se adoran. Se pelean y discuten de forma juguetona. Terminan las frases del otro. Bueno, sobre todo ella. Rara vez dejan de mirarse a los ojos. Esa intimidad se despliega en las letras, desde discretos cameos de ellos en la cama hasta temores desamparados sobre el planeta. Pero aunque la muerte les obsesiona, en persona son ligeros, simpáticos, curiosos y con los pies en la tierra. La risa y la ligereza los definen más que un semblante serio.

Samson lanzó una granada cuando tuiteó el año pasado sobre el antiguo líder de la banda, Roger Waters, que abandonó Pink Floyd en 1985. Acusó a Waters de ser “antisemita hasta la médula”, en una disputa en línea sobre Israel. También afirmó que era un “apologista de Putin”, después de que Waters sugiriera en una entrevista que la invasión rusa a Ucrania era “probablemente la invasión más provocada de la historia”.

En respuesta, Waters dijo que era “consciente de los comentarios incendiarios y tremendamente inexactos que Polly Samson había hecho sobre él en Twitter y que refutaba por completo”.

Se reavivó así la guerra de cuatro décadas entre los Floyd, centrada en los intentos de Waters de disolver la banda tras su marcha.

Pregunto si habrá alguna vez una reunión; la respuesta de Gilmour es un inequívoco “no”, si implica a Waters. En cuanto a que algo anime a Gilmour a un encuentro parcial con el baterista Nick Mason, no está totalmente descartado. Pero hoy está centrado en su propio álbum. “Nunca me he divertido tanto”.

Mientras planean una pequeña gira mundial por lugares selectos, estarán en la carretera antes de volver a su hermética vida en común. Pero puede que Luck and Strange les haya desbloqueado y liberado. “Nos ha encantado este álbum y estamos planeando el siguiente”. Nada de nueve años de espera. Ninguna novela cercenada por covid. Pregunta final: ahora que celebran 30 años juntos, ¿qué cambiarían el uno del otro? Al unísono y sin ensayar: “Nada”.

© The Independent

Traducción: Jesús Abraham Hernández

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