Moscú. En medio de un gran despliegue policial y pese al riesgo de sufrir represalias, miles de personas acudieron al cementerio Borisovoye, del suburbio de Marino en la capital rusa, para dar el último adiós a Aleksei Navalny, líder opositor muerto en una prisión del ártico hace dos semanas y cuyos restos recibieron sepultura este viernes.

Aunque la televisión pública ignoró por completo el funeral, varias transmisiones en directo por Internet, con videos y fotografías enviados por los asistentes, así como información proporcionada por allegados de Navalny, hicieron posible seguir minuto a minuto todo lo que iba pasando desde que los padres de Navalny –su viuda Yulia, quien hace días anunció que va a continuar la lucha de su marido, y sus hijos están fuera de Rusia– acudieron a la morgue a recoger su cadáver hasta que cerró el cementerio.

El ataúd salió de la morgue con hora y media de retraso, en medio de la confusión que estaban generando la tardanza y los rumores de que surgió una falla mecánica en el vehículo fúnebre contratado.

Resuelto el problema logístico, el cortejo se dirigió hacia el único templo ortodoxo que aceptó llevar a cabo un servicio funerario de cuerpo presente, la Iglesia del Icono de la Virgen María “Alivia mi Dolor”, en el mismo distrito capitalino donde el principal adversario del Kremlin vivió durante muchos años con su esposa e hijos.

La multitud congregada afuera del templo recibió el cadáver de Navalny coreando su nombre y con un nutrido aplauso. Pero sólo decenas de simpatizantes, de quienes formaron con horas de antelación una fila de varios kilómetros de largo, pudieron entrar en la Iglesia y asistir a la ceremonia oficiada por un pope durante escasos 20 minutos.

Los que se quedaron fuera del templo, tras despedir con aplausos y tirando flores sobre el vehículo fúnebre, emprendieron a pie los cuarenta minutos que separa la iglesia del cementerio Borisovoye, juntándose en el camino con los que optaron por ir directamente ahí, formando un torrente humano de varios kilómetros de largo.

En el cementerio se produjeron otros minutos de tensa espera, cuando el vehículo fúnebre llegó y el coche de los empleados de la funeraria quedó bloqueado al cortar la policía el tráfico en muchas calles y no había nadie para cargar el ataúd.

Finalmente, pudieron llegar y se llevó a cabo una breve ceremonia, a la que las autoridades permitieron asistir sólo a los padres y otros familiares. Concluido el funeral de Navalny, miles de personas siguieron pasando en silencio durante varias horas para inclinar la cabeza delante de su tumba o depositar flores.

La viuda –igual que muchos de los miembros del equipo de Navalny en el exilio– no pudo asistir al entierro y se despidió de su esposo con este mensaje en X (Twitter): “Liosha (diminutivo de Aleksei), muchas gracias por darme estos 26 años de felicidad absoluta. (…) No sé cómo vivir sin ti, pero haré todo lo posible para que allá arriba te sientas feliz por mí y orgulloso de mí. No sé si lo conseguiré, pero lo intentaré”.

El Kremlin, por medio de su vocero, dijo que “nada tiene que decir a los familiares” de Navalny y, a pregunta de un reportero, se negó a hacer una valoración política del opositor. En cambio, advirtió que “aquellos que participen en concentraciones (multitudinarias) no autorizadas deberán responder ante la ley”.

La alcaldía de Moscú no dio permiso para organizar una marcha en memoria de Navalny y Boris Nemtsov (también opositor, asesinado por un sicario en un puente junto al Kremlin) bajo el pretexto de “restricciones por la pandemia (de Covid)”.

La despedida masiva con Navalny transcurrió mayormente en silencio, pero hubo momentos en que se convirtió en un acto de repulsa al Kremlin y se escucharon consignas como “¡Rusia será libre!” y “¡Los soldados, a casa!”.

OVD-Info, organización no gubernamental que se dedica a monitorear los arrestos en Rusia, dio a conocer un balance preliminar de 57 detenidos en trece ciudades del país, la mayoría en Moscú.

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